1.
EL CONCEPTO DE HISTORIA
El Concepto de la Historia de Walter
Benjamin publicado en en 1942, a dos años de la muerte de su autor… Se trata de
reflexiones que, en 1940, cuando las circunstancias en torno a la guerra le
impelen a escribirlas, llevan a su autor a percatarse de que “las había tenido
en resguardo consigo mismo, a salvo incluso de él mismo, durante unos veinte
años”. Son ideas que envía por correo a su amiga Gretel Adorno, “más como un
manojo de hierbas juntado en paseos pensativos”, destinado a un intercambio de
ideas íntimo, “que como un conjunto de tesis” que estuviera maduro ya para la
publicación y preparado así para absorber el “entusiasta malentendido” que su
contenido iba a provocar necesariamente.[1]
Básicamente,
W. Benjamin parece estar diciendo que no podemos seguir llamando historia a lo
que hasta ahora hemos denominado como tal, porque la que conocemos es sólo la
historia de los vencedores, de los dominadores, la cual ensombrece toda la
parte de los vencidos, de los oprimidos, de los desheredados. La primera es un
continuum perpetuado por los que ostentan el poder a través de las épocas y sus
simpatizantes, basado en una idea de progreso, fallido, por cierto, puesto que
representa el progreso de unos cuantos. Pero la pregunta surge. ¿cómo entonces
descubrir esa otra historia oculta de los desheredados, de los pobres, de los
oprimidos?
Bueno, él, poniéndonos un ejemplo aun
en el mismo estilo literario que utiliza que no sigue la secuencia lógica del
continuum que utilizan la mayoría de los historiadores y los filósofos, irrumpe
con estallidos literarios multidimensionales con matices poliédricos
multifacéticos que nos hacen cuando menos pausar lo suficiente para dejarnos la
impresión de que las cosas no son tan sencillas como aparecen en la superficie,
y que si queremos realmente entender un poco más su pensamiento, implica una
atención total y una reflexión profunda que toca todos nuestros fundamentos,
por ejemplo:
Quienquiera haya conducido la
victoria hasta el día de hoy, participa en el cortejo triunfal en el cual los
dominadores actuales pasan sobre aquellos que hoy yacen en tierra. La presa,
como ha sido siempre costumbre, es arrastrada en el triunfo. Se la denomina con
la expresión: patrimonio cultural. Éste deberá hallar en el materialista
histórico un observador distante. Puesto que todo el patrimonio cultural que él
abarca con la mirada tiene irremisiblemente un origen en el cual no puede
pensar sin horror. Tal patrimonio debe su origen no sólo a la fatiga de los
grandes genios que lo han creado, sino también a la esclavitud sin nombre de
sus contemporáneos. No existe documento de cultura que no sea a la vez
documento de barbarie. Y puesto que el documento de cultura no es en sí inmune
a la barbarie, no lo es tampoco el proceso de la tradición, a través del cual
se pasa de lo uno a lo otro. Por lo tanto, el materialista histórico se
distancia en la medida de lo posible. Considera que su misión es la de pasar
por la historia el cepillo a contrapelo.[2]
Eso
de pasar el cepillo a contrapelo por la historia es un arte peligroso y difícil
pues obliga a desmontar todo el escenario que han construido los poderosos de
todas las épocas y los interesados actuales de que siga este continuum por los
beneficios que les aporta. Pero este engaño colectivo se apoya en una
sustentación multidisciplinaria que tiene toda una filosofía de base,
historiografía seleccionada con tal propósito, un sistema educativo que
trasmita la misma perspectiva por generaciones de tal manera que nada cambie
para los que están en control y siempre salgan favorecidos a costa de los
desamparados y destituidos. Al pasar el cepillo a contrapelo se empiezan a
descubrir estos piojos.
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