El día de hoy, el panorama tanto para la filosofía, como para las
letras, y en general para las humanidades, se ve muy triste, si se le compara
con la importancia que se les da a otras disciplinas. Sin embargo, como son
saberes trascendentales, existe aún la esperanza de hacerlos resurgir, así sea
desde la raíz.
La filosofía es especie en peligro de extinción dado el avasallamiento
del utilitarismo actual, y es difícil, aún para el filósofo mismo, ver a
profundidad la gran importancia de su propia disciplina ya que la mayor parte
de las connotaciones con que la gente se refiere a ella son peyorativas y hasta
degradantes.
Las letras quizás se defienden un poco más, pero la sentencia de muerte
a todas las humanidades parece surcar los aires.
Como para Sócrates[1],
que no aceptó callarse, seguramente el ambiente será difícil para las
humanidades; pero él, dignamente, aceptó beber la injusticia contra su
inocencia en su propia persona, y allí acalló el grito de la falsa sensatez de
sus acusadores que llamaban crimen a una sabiduría que no alcanzaron a
comprender. Con su silencio y muerte, proclamó mucho más fuerte que las
palabras, a generaciones por venir, la importancia de la humildad de la
verdadera filosofía a través de sus discípulos, que son pilares de la cultura
occidental. Sócrates sabía que la sabiduría no le pertenecía, ni podía jactarse
de ella, pues le había llegado como un regalo desde fuera a través de una
mujer: Diótima,[2] y
esto: no griega sino extranjera, echando por tierra toda jactancia étnica y de
género tan comunes en su época; y desde dentro se decía inspirado por un
Espíritu del Dios[3] que
lo había comisionado a filosofar y denunciar las anomalías de su época, y
estaba dispuesto a hacerlo, así le costara la vida. ¡Qué reto se le ocurrió
dejarnos!
¿Será que la filosofía necesita aceptar su naturaleza paradójica[4],
dialéctica y prodigiosa y no caer en el juego del sistema actual, ni en la
postura insignificante que éste insiste en asignarle, dónde ella le tiene que
pedir limosnas para sobrevivir, y así vivir preocupada y ocupada del pan para
que no tenga ni tiempo ni pensamiento para involucrarse en las decisiones de
peso tanto nacionales como internacionales?
¿Qué no es de la filosofía entender a fondo la importancia de su papel
social y lanzarse a su cumplimiento? ¿Y si este movimiento de “continua
reaprehensión del mundo” al que llama verdadera “revolución” Lyotard,[5]
le trajera la enemistad de sus contemporáneos al sentir que tiembla la estabilidad
del edificio que estamos edificando y pusiera en riesgo aún ese ínfimo sitio
que le concede la actualidad? ¿Y si ve que se le mueve con ello el tapete de
sus propios postulados más modernos y hasta ahora tomados como base, estará
dispuesta la filosofía a cambiar postura y rumbo como han tenido que hacerlo
los que lograron un cambio real en el pasado?
Aunque la docencia es un loable camino para la filosofía hacia donde
aspirar, y con mucho futuro por estar allí las mentes frescas y nuevas que
gobernarán el país dentro de poco, quisiera creer que no es el único camino
laboral para el filósofo.
Aunque la investigación filosófica es encomiable y debido a ella los
nuevos retos pueden analizarse con seriedad, ¿será también posible que necesite
ponerse su producto tan rico y elaborado en términos digeribles para el grueso
de la población? Quiero soñar que sí, y el reto en puerta sería sacar de las
aulas las investigaciones actuales y buscar su implementación.
Quizás como un sonámbulo es considerado extraño, pues camina soñando,
así sinceramente me siento yo anhelando el día cuando los “pensadores del
sentido y la finalidad” que son los filósofos, ocupen el Senado a favor del
pueblo, aconsejen a la Suprema Corte de Justicia, tengan voz y voto en el
rediseño del Sistema Educativo en el país, escriban los artículos editoriales
de los principales diarios, sean los comentaristas frecuentes de los
principales medios de difusión, sean el equipo consultor que aconseje a los
medios qué publicar y cómo, para no perder el rumbo de la justicia social ni el
del bien común en la nación, y ya no sean utilizados para enajenar, sino para
concienciar.
Añoro el día en que las letras mexicanas se llenen de filosofía limpia y
pura, que el arte vuelva a la razón y no tenga que entretener para subsistir
sino que haya lo suficiente para regresar a la verdadera creatividad.
Si no como gobernante directamente, sí el filósofo debería ser tomado en
cuenta como consejero presidencial o gubernamental, y crearse puestos para ello
en el país, en lugar de tirar la plata en diputados y senadores que cobran millonadas
por dormir; creo que el país sería altamente beneficiado, con cambios así.
Aún en el ámbito de la docencia, creo yo que la filosofía debía
introducirse desde la primaria al igual que los idiomas antiguos en que ha sido
escrita a través de las épocas, e ir gradualmente integrándola en el plan de
estudio de las secundarias y preparatorias para que la educación recupere la
sal del sentido y la alegría de aprender encienda la antorcha de la ilustración
que, por la forma como son tratados los maestros, no estoy tan seguro de que ya
haya llegado a nuestro país, al menos no en el aspecto de la responsabilidad y
la mayoría de edad de la que hablaba Kant.[6]
A mi pobre opinión, no veo por qué no podrían aspirar los filósofos a
ser embajadores de México en otros países ya que poseen la sensibilidad
cultural necesaria y los conocimientos de raíz de la problemática
internacional.
Creo yo que uno de los retos mayores para los filósofos es renunciar a
seguirse valorando con la escala del mercado que nos domina, en el sentido de que
la gente parece pensar que los filósofos son “locos innecesarios”, y empezar
por valorarse desde dentro con la verdad de su dignidad e importancia reales, pues
quizá en sus manos esté el rescate del timón del barco del país que a corto
plazo parece que quiere colisionarse con el glaciar de la ruina.
Alvaro Fernández Sánchez
[1] P.19 Los Diálogos de Platón, Edit. Época S.A.
de C.V.
[2] P. 244-265, 201d-212d, Los Diálogos de Platón III, El Banquete,
Editorial Gredos, 1988
[3] P.19 Los Diálogos de Platón, Edit. Época S.A. de C.V.
[4] Kohan, Walter, Filosofía, La paradoja de Aprender y Enseñar, Libros del
Zorzal, 2008
[5] P. 27 Lyotard, Jean-Françoise, ¿Por qué Filosofar?, Paidós /I.C.E-
U.A.B.
[6] Immanuel Kant: Respuesta a la
pregunta: ¿Qué es la Ilustración? (1784)