3.
Algunas consideraciones presentes:
Bueno, sabemos que el menosprecio y las burlas no van
a parar, pero ¿querrán salirse del pozo los “Tales de Mileto” de esta época? ¿O
tal vez sea que en la actualidad hay muchos más pozos donde caer? O bien, como
dicen algunos que no es que se haya caído Tales, sino que se metió, pues quería
trasformar el pozo en una especie de telescopio para observar bien las
estrellas desde allí.
¿Será tal vez que el pozo y el telescopio se tornaron más
importantes para Tales que las estrellas y el mirar hacia arriba, y ahora, se
quiere dedicar a ellos?
Todas son posibilidades y aún surge otra, para acabar
con estas tres últimas, pero no con el problema, sino con el “mito” de “Tales
de Mileto” y con todas las demás narrativas, presocráticas diciendo ¿qué no
quedó establecido ya que lo mitológico, poético, estético, ético, metafísico,
mágico y religioso pertenecen al orden de lo que no es “verdad” (alétheia)
y es por eso mismo irrelevante? parece decir Detienne[1]; como
si tales aspectos de la verdad no fueran conductores del sentido, del
principio, del contenido, modo, vigencia y momentos de oportunidad de la
verdad.
¿Qué no redescubrimos con Walter Ong[2]
las maravillas del lenguaje oral? y sin embargo ¿seguiremos ajustándolo al
cinturón de lo escrito, pensando, junto con la “ciencia” de la historiografía,
que es más grande que su madre: la historia? Como si no utilizáramos la
oralidad en cada clase, conferencia, simposio, coloquio, ponencia. O como si
todo lo escrito no existiera en función de una oralidad aún vigente. O como si
el verdadero sentido de la realidad se conservara sólo en lo escrito y no en lo
oral.
Y ahora que De Saussure[3]
con su contundencia nos hizo caer con
todo y filosofía en el pozo del lenguaje, ¿seguiremos subordinando la amplia ciencia
de lo general que es filosofía a las restricciones del detalle filológico midiéndonos
con una metodología que es propia de ese campo y no de la filosofía? ¿Qué
dirían los historiadores si tratáramos de probar sus tesis en una probeta?
La globalización, la tecnología, las redes sociales
apuntan cada vez más hacia el cosmopolitismo. No puede ser significativa y
pertinente al momento actual una filosofía que ni siquiera admite la
universalidad[4]
ni en su origen, ni en su enfoque, sentido, ni razón de ser, menos en su
finalidad, pues la ha fragmentado tanto que ya no sabe cuál de todos los
fragmentos es.
¿Será este contexto de confusión el caldo de cultivo que
propició la elección del caos como origen y la “nada”[5] como esencia
y finalidad?
Y si no admite la universalidad en su origen, ¿cómo
podrá incorporarla con naturalidad en su enfoque? Si no es consistente con lo
que “es”, con su esencia, ¿cómo puede serlo en su consistencia y además pertinente
en su deliberación? ¿Tendrá esperanzas de subsistir y ser relevante a la necesidad
actual de la humanidad habiendo abandonado su identidad? Con muy buenos
argumentos, por cierto, pero fragmentarios y frecuentemente impertinentes a su
sustancia, y confundiendo su esencia con lo particular reduciéndose así una sola
de sus ramas: la lógica, desde donde intenta ahora interpretar toda realidad.
[1] Detienne,
Marcel, “Cap. V, El proceso de la secularización”, en Los maestros de la
verdad en la Grecia arcaica, México, Sexto Piso, 2004, pp. 137-163.
[2] Ong,
Walter, Oralidad y escritura, Tecnologías de la Palabra, México, Fondo
de Cultura Económica, 1987.
[3] De
Saussure, Ferdinand, Curso de lingüística general, [Trad. y notas de
Amado Alonso], Edic. 17ª., Buenos Aires, Editorial Losada, S.A. 1945.
[4] Que
implica generalidad, integralidad, integridad, compleción,
plenitud.
[5] Nihilismo
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