“El prójimo es lo equitativo. El prójimo no es el amado por quien tienes
predilección apasionada, ni tampoco es el amigo por quien tienes predilección
apasionada. El prójimo tampoco es, en el caso de que tú mismo seas alguien
cultivado, el cultivado, con el que te igualas por la cultura, pues con el
prójimo tienes la igualdad del ser humano ante Dios. El prójimo tampoco es uno
más distinguido que tú, es decir, no es el prójimo en cuanto más distinguido
que tú, pues amarlo en calidad de más distinguido puede muy fácilmente ser
predilección y, en consecuencia, amor de sí. El prójimo tampoco es uno inferior
a ti, es decir, que en cuanto inferior a ti no es el prójimo, pues amar a uno
en calidad de inferior a ti puede muy fácilmente ser condescendencia de la
predilección y, por tanto, amor de sí. No; amar al prójimo es equidad. Resulta
alentador que en tu relación con el distinguido hayas de amar en él a tu
prójimo; es humillante que en tu relación con el inferior no tengas que amar en
él al inferior, sino que hayas de amar al prójimo; es salvífico si lo haces,
puesto que has de hacerlo. El prójimo es cada ser humano; ya que en la diversidad
no es tu prójimo, ni tampoco en la igualdad contigo dentro de la diversidad con
respecto a otros seres humanos. Es tu prójimo en la igualdad contigo ante Dios.
Mas esta igualdad la tiene incondicionalmente cada ser humano y la tiene de
manera incondicional.”[1]
martes, 31 de mayo de 2016
sábado, 21 de mayo de 2016
"El Amor Inmediato Puede...Trocarse...en Odio" KIERKEGAARD, Sören, Las Obras del Amor
“El amor inmediato
puede cambiar en sí mismo, puede trocarse en su contrario, en odio. Odio es un
amor que se ha convertido en su contrario, es un amor que se ha hundido. Allá
abajo en el fondo, el amor continúa ardiendo, pero con la llama del odio; y solamente
cuando el amor se haya consumido, sólo entonces se apagará también la llama del
odio. Como ha quedado dicho acerca de la lengua, que «es la misma lengua con la
que bendecimos y maldecimos»[1],
así también se ha de afirmar que es el mismo amor el que ama y odia; y
cabalmente, por ser el mismo amor, no es el auténtico en el sentido de la
eternidad, el que permanece el mismo sin cambiar, sino que aquel inmediato,
cuando ha cambiado, en el fondo es el mismo. El amor auténtico, el amor que,
convirtiéndose en deber, sufrió el cambio de la eternidad, no varía jamás, es
sencillo, ama y nunca odia, nunca odia al amado. Podría parecer que aquel amor
inmediato es el más fuerte, por ser capaz de hacer el doble, porque puede tanto
amar como odiar; podría parecer que
tiene un poder completamente distinto sobre su objeto, cuando dice: «Si no me
amas, entonces te odiaré»; mas todo esto no es sino una alucinación. Porque ¿es
la mutabilidad un poder más fuerte que la inmutabilidad?; y ¿quién es el más fuerte,
el que dice: «Si no me amas, entonces te odiaré»; o aquel que dice: «Aunque me
odies, yo seguiré amándote»? Desde luego, es estremecedor y espantoso que el
amor se trueque en odio, pero ¿para quién propiamente es espantoso?, ¿acaso no
lo es para el interesado mismo, a quien le aconteció que su amor se trocó en
odio?”[2]
viernes, 20 de mayo de 2016
La Tibieza e Indiferencia de la Costumbre. KIERKEGAARD Sören, Las Obras del Amor

miércoles, 18 de mayo de 2016
¡Tanto el Qué como el Cómo son Importantes en el Tener! KIERKEGAARD, Sören. Las Obras del Amor
“Aquel que tenga bienes terrenos habrá de ser como el que no los tiene”[1], “por eso, ¿no habrá de ser ello también cierto respecto de lo supremo: poseerlo y ser, sin embargo, como quien no lo posee? Será entonces esto cierto. De ninguna manera. No nos engañemos mediante la pregunta, como si fuera posible poseer lo supremo de ese modo. Meditemos rectamente y resultará una imposibilidad. Los bienes terrenos son lo indiferente, y por ello enseñan las Escrituras que, de poseerlos, se posean como lo indiferente; en cambio lo supremo no puede ni debe ser poseído como lo indiferente. Los bienes terrenos son una realidad en el sentido exterior, por eso se los puede poseer y al mismo tiempo y a pesar de ello ser como aquel que no los tiene; mas los bienes del espíritu se hallan solamente en lo interno, lo son solamente en la posesión, y por consiguiente no se puede, si realmente se poseen, ser como aquel que no los posee; al revés, si uno es alguien así, entonces justamente no se poseen. Si alguien piensa que tiene fe, pero es indiferente respecto a esta posesión, ni frío ni calor, entonces puede estar seguro de que tampoco tiene fe. Si alguien piensa que es cristiano y, sin embargo, le es indiferente serlo, entonces la verdad es que tampoco lo es. ¿O qué diríamos de un ser humano que asegurara estar enamorado, y añadiera que esto le es indiferente?”[2]
"¡Qué Diferencia!" KIERKEGAARD, Sören, Las Obras del Amor

miércoles, 11 de mayo de 2016
"Cómo se equivoca el que...
(pulsa el enlace del título del libro para leerlo completo)
“…cómo se equivoca el
que da el nombre de amor a lo que es ligera condescendencia, da el nombre de
amor a lo que no es sino depravada blandenguería, o unión dañina, o conducta
vanidosa, o vinculaciones del enfermo de sí, o sobornos del lisonjeo, o
pareceres del instante, o relaciones de la temporalidad.”[1]
martes, 10 de mayo de 2016
KIERKEGAARD, Sören. Las Obras del Amor
ORACIÓN

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