“¡Qué diferencia entre
aquel juego de fuerzas del sentimiento y del instinto y de la inclinación y de
la pasión, en una palabra, de la inmediatez, aquella gloria de la poesía,
cantada en sonrisa en lágrimas, en anhelo o en añoranza, qué diferencia entre esto
y la seriedad de la eternidad, de la prescripción, en espíritu y verdad, en
sinceridad y abnegación! Pero la ingratitud humana, ¡ah!, ¡qué flaca es su
memoria! Porque lo supremo se le ofrece hoy a cada cual, se lo toma como si
fuese nada, no se le saca ningún gusto, ni siquiera hacerse eco de su cara
condición, justamente como si lo supremo perdiera algo por el hecho de que
todos tienen o pudieran tener lo mismo”[1]
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