“Aquel que tenga bienes terrenos habrá de ser como el que no los tiene”[1], “por eso, ¿no habrá de ser ello también cierto respecto de lo supremo: poseerlo y ser, sin embargo, como quien no lo posee? Será entonces esto cierto. De ninguna manera. No nos engañemos mediante la pregunta, como si fuera posible poseer lo supremo de ese modo. Meditemos rectamente y resultará una imposibilidad. Los bienes terrenos son lo indiferente, y por ello enseñan las Escrituras que, de poseerlos, se posean como lo indiferente; en cambio lo supremo no puede ni debe ser poseído como lo indiferente. Los bienes terrenos son una realidad en el sentido exterior, por eso se los puede poseer y al mismo tiempo y a pesar de ello ser como aquel que no los tiene; mas los bienes del espíritu se hallan solamente en lo interno, lo son solamente en la posesión, y por consiguiente no se puede, si realmente se poseen, ser como aquel que no los posee; al revés, si uno es alguien así, entonces justamente no se poseen. Si alguien piensa que tiene fe, pero es indiferente respecto a esta posesión, ni frío ni calor, entonces puede estar seguro de que tampoco tiene fe. Si alguien piensa que es cristiano y, sin embargo, le es indiferente serlo, entonces la verdad es que tampoco lo es. ¿O qué diríamos de un ser humano que asegurara estar enamorado, y añadiera que esto le es indiferente?”[2]
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