ORACIÓN
“¡Cómo podría hablarse
rectamente del amor si Tú fueras olvidado, Tú, Dios del amor, de quien procede
todo amor en el cielo y en la tierra!; ¡Tú, que no escatimaste nada, sino que
lo entregaste todo en el amor!; ¡Tú, que eres amor, de suerte que el amoroso
solamente es lo que es siendo en Ti! ¡Cómo podría hablarse rectamente del amor
si Tú fueras olvidado, Tú, que revelaste lo que es amor, Tú, nuestro Salvador y
Redentor, que te entregaste a ti mismo para redimirnos a todos! ¡Cómo podría
hablarse rectamente del amor si Tú fueras olvidado, Tú, Espíritu del amor, Tú,
que no tomas nada de lo que es Tuyo, sino que evocas aquel sacrificio del amor
y le recuerdas al creyente que ame como es amado, y al prójimo como a sí mismo!
Oh, amor eterno, Tú, que estás presente, y jamás sin testimonio, en todas
partes donde eres invocado, no dejes tampoco sin testimonio lo que aquí se
hable acerca del amor, o bien acerca de las obras del amor. Es verdad que sólo
a ciertas obras el lenguaje humano llama de una manera especial y mezquina
obras de caridad1; pero, desde luego, en el cielo sucede que no puede cobijarse
ninguna obra que no sea una obra del amor: ¡sincera en abnegación, una necesidad
del amor y, precisamente por ello, sin pretensión de ser meritoria"!![1]
Las Obras del Amor. Sören Kierkegaard
¡Vaya si empieza contundente!
ResponderEliminar"Si la infatuada sagacidad, que se jacta de no dejarse engañar, tuviese razón cuando afirma que no debe creerse nada que no se vea con los ojos de la carne, entonces en lo que primeramente habría que dejar de creer sería en el amor. Y si se hiciese tal cosa, precisamente por el temor a ser engañado, ¿acaso no estaría uno engañado? Pues de seguro hay muchas maneras de ser engañado: uno puede ser engañado creyendo lo falso, pero también puede muy bien ser engañado no creyendo lo verdadero; a uno le pueden engañar las apariencias, pero también es engañado por esa apariencia de sagacidad, esa halagüeña presunción que se considera completamente asegurada contra todo engaño. Y ¿cuál de esos engaños es el más peligroso? ¿Qué curación será más dudosa, la de quien no ve o la del que ve y, sin embargo, no ve? ¿Qué es más difícil, despertar a uno que está dormido, o despertar a uno que, despierto, sueña que está despierto? ¿Qué espectáculo es más lamentable: el que inmediata y absolutamente conmueve hasta el llanto, a saber, el espectáculo de quien ha sido desdichadamente engañado en el amor, o bien ese, que en cierto sentido invita a la risa, de quien se engaña a sí mismo, cuya necia presunción de no estar engañado sería ridicula y como para reírse a su costa, si en este caso la ridiculez no fuera una expresión todavía más pronunciada del pavor que constata que aquel no es merecedor de lagrimas? Engañarse a sí mismo en el amor es lo más espantoso que puede ocurrir, constituye una pérdida eterna, de la que no se compen
sa uno ni en el tiempo ni en la eternidad." p.21-22