“El amor inmediato
puede cambiar en sí mismo, puede trocarse en su contrario, en odio. Odio es un
amor que se ha convertido en su contrario, es un amor que se ha hundido. Allá
abajo en el fondo, el amor continúa ardiendo, pero con la llama del odio; y solamente
cuando el amor se haya consumido, sólo entonces se apagará también la llama del
odio. Como ha quedado dicho acerca de la lengua, que «es la misma lengua con la
que bendecimos y maldecimos»[1],
así también se ha de afirmar que es el mismo amor el que ama y odia; y
cabalmente, por ser el mismo amor, no es el auténtico en el sentido de la
eternidad, el que permanece el mismo sin cambiar, sino que aquel inmediato,
cuando ha cambiado, en el fondo es el mismo. El amor auténtico, el amor que,
convirtiéndose en deber, sufrió el cambio de la eternidad, no varía jamás, es
sencillo, ama y nunca odia, nunca odia al amado. Podría parecer que aquel amor
inmediato es el más fuerte, por ser capaz de hacer el doble, porque puede tanto
amar como odiar; podría parecer que
tiene un poder completamente distinto sobre su objeto, cuando dice: «Si no me
amas, entonces te odiaré»; mas todo esto no es sino una alucinación. Porque ¿es
la mutabilidad un poder más fuerte que la inmutabilidad?; y ¿quién es el más fuerte,
el que dice: «Si no me amas, entonces te odiaré»; o aquel que dice: «Aunque me
odies, yo seguiré amándote»? Desde luego, es estremecedor y espantoso que el
amor se trueque en odio, pero ¿para quién propiamente es espantoso?, ¿acaso no
lo es para el interesado mismo, a quien le aconteció que su amor se trocó en
odio?”[2]
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