1. ¿Qué sucede con los
jóvenes y muchachas humildes, que están dispuestos a dejar a un lado planes
personales y privilegios en la vida cuando sienten el llamado de la Causa
Mayor, que viven en los pueblos pequeños, olvidados y oprimidos como lo fue
Belén en aquella época, y en cuyos corazones arden el respeto por Dios y el
hambre y sed de justicia social que ardía en el corazón de la que dijo: “Proclama
mi alma la grandeza del Señor, mi espíritu festeja a Dios mi salvador, porque
se ha fijado en la humildad de su esclava y en adelante me felicitarán todas
las generaciones. Porque el Poderoso ha hecho proezas, su nombre es sagrado. Su
misericordia con sus fieles continúa de generación en generación. Su poder se
ejerce con su brazo, desbarata a los soberbios en sus planes, derriba del trono
a los potentados y ensalza a los humildes, colma de bienes a los hambrientos y
despide vacíos a los ricos”.[1] ¿Será
que, porque Dios ya vino a nacer en el vientre de una doncella así en la
historia, que no encarnará el día de hoy en corazones sencillos que
verdaderamente lo buscan, pero que de alguna manera nunca se perfilarán en
alguna de nuestras instituciones religiosas?
2. ¿Más aún, qué sucede si a
Dios se le ocurre nacer en el corazón de los que están siendo oprimidos por
aquéllos que dicen ser suyos pero que aman más las “cosas de Dios” que al Dios
de las cosas? Es decir, los que los oprimen con la excusa de que están peleando
por la “tierra santa” que Dios les dio y que por supuesto tiene más valor que
la “imagen y vida santas” que estos pobres portan de Dios desde la creación.
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