Pablo decía:
“Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa
que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del
linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la
ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la
justicia que es en la ley, irreprensible. Pero cuantas cosas eran para mí
ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun
estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de
Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por
basura, para ganar a Cristo” [1]
La pregunta es:
¿Lo que Pablo tuvo por basura, lo vamos a tener nosotros por tesoro para
perder a Cristo?
Esos criterios meramente humanos que constituían el orgullo de
Pablo en su juventud van a sustituir a Jesucristo en nuestra vida y llegar a
significar más que Él.
¿Es esto creer que la encarnación de Jesucristo tanto histórica como
actual tiene algún valor, o realmente valen más a nuestros ojos las cosas de
este mundo?
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