Allí mismo surge el
exégeta divorciado del hermeneuta que piensa que el Verbo sólo se encuentra en
el texto y fuera de allí ya no hay lugar en la época moderna para que
Jesucristo encarne en los procesos de interpretación actuales pues “no son
canónicos”, decimos, y con esto se cierra la puerta a toda obra y matiz que el
Espíritu Santo quiera hacer y dar a la verdad actual, sin salirse de lo
Escrito, por supuesto. ¿No es este proceso descrito la negación misma de la
encarnación del Verbo de Dios en la humanidad de nuestra época? Tal vez ricos en historia de los
primeros siglos, pero pobres al negar los últimos 1800 años de la historia de la
teología y la filosofía cristianas?
¿Cómo acallar los dolores de parto que
soportó la humanidad a través de algunas de sus razas por todo este período tan
largo para que la revelación de Jesucristo se contextualizara en las culturas
griega, árabe, anglosajona, latina y relativas entre ellas la nuestra, para decir que no
sucedió otra cosa que meras “especulaciones filosóficas” en el mal sentido de
las palabras?
¿Es eso creer que Jesucristo encarna o negarlo con la excusa de
la historia “santa del primer siglo”? ¿Acaso no es el mismo Dios de nuestra
época el que la santificó y el que santifica cualquier época y templo humanos
donde Él encarna? No podemos en el nombre de la historia (fragmentaria) negar la
historia (universal). Este sobre énfasis raya en el
“historicismo” que de un tajo ha dejado al cristianismo podado de
espiritualidad y entretenido con meras fechas y datos, privándolo de la ilación
espiritual que le daría sentido real y contundencia.
En el nombre de la
fidelidad a la época de Jesucristo según la carne se puede ser infiel a la
encarnación del Hijo de Dios tanto siglos antes como después de esos
días y esto nos lleva al segundo punto enunciado tanto en la introducción como
en el título, a saber: “De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie
conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo
conocemos así.” (Continará)
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