“Fíjate: han quedado atrás aquellos tiempos en que sólo el poderoso y el
distinguido eran seres humanos, y los demás seres humanos, siervos y esclavos.
Esto se lo debemos al cristianismo. Pero de eso no se sigue en modo alguno que
la distinción y el poderío no puedan ya convertirse en una trampa para un ser
humano, de manera que él se embelese con esta diversidad, estropee su alma y
olvide lo que es amar al prójimo. Si esto hubiera de suceder ahora, parecería
que debería suceder de manera más oculta y sigilosa, pero en el fondo es lo
mismo. Ya sea que uno abiertamente, complaciéndose en su arrogancia y su
soberbia, dé a entender a los demás seres humanos que no existen para él,
queriendo que ellos, para pábulo de su arrogancia, le manifiesten una sumisión servil;
sea que él, de manera solapada y oculta, precisamente para evitar cualquier
roce con ellos (quizá también por miedo a que lo manifiesto soliviantara a los
seres humanos, resultando peligroso para él mismo), exprese que no existen para
él: esto es en el fondo uno y lo mismo. Lo inhumano y lo anticristiano no
radican en la manera de hacerlo, sino en la pretensión de negar para uno mismo
el parentesco con todos los seres humanos, incondicionalmente con cada ser
humano. Ay, ay, la tarea y la doctrina del cristianismo consiste en conservarse
incontaminado del mundo[1],
quiera Dios que todos lo hagamos; en cambio, el aferrarse mundanamente incluso
a la más gloriosa de las diversidades, es cabalmente mancillar. Porque no es el
trabajo basto el que mancilla -cuando se lleva a cabo con la pureza del
corazón- y no es la condición humilde la que mancilla -cuando piadosamente
tienes a honra vivir tranquilamente-; sino que la seda y el armiño son capaces
de mancillar si un ser humano los utiliza para estropear su alma. Se mancilla
cuando el inferior se arruga de tal manera ante su miseria, que no tiene valor
para dejarse edificar por lo cristiano; pero se mancilla también cuando el
distinguido se arrebuja de tal modo en su distinción, que se encoge en lo que
se refiere a ser edificado por lo cristiano. Y se mancilla también cuando aquel
cuya diversidad consiste en ser como todo el mundo, nunca salga de esta
diferencia por el camino de la cristiana elevación.”[2]
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