miércoles, 29 de junio de 2016

"El Vuelo Pegado a la Tierra, Humilde y Difícil, de la Abnegación". KIERKEGAARD Sören, Las Obras del Amor. Ediciones Sígueme Pags. 111-114

“Amar al prójimo significa esencialmente querer existir por igual para cada ser humano incondicionalmente, permaneciendo en la diversidad terrena propia que a uno le ha sido asignada. Es soberbia y presunción querer existir única y manifiestamente para otros seres humanos según la preeminencia de la propia diversidad terrena; pero la invención sagaz de no querer en absoluto existir para otros, con el fin de gozar secretamente en unión con sus iguales las ventajas de la diversidad propia, es soberbia cobarde. En ambos frentes hay discordia; pero quien ama al prójimo está en paz. Está en paz por contentarse con la diversidad que se le ha asignado en la vida terrena, sea la de la distinción o sea la inferioridad, y por lo demás deja que cada diversidad de la vida terrena siga en pie y valga por lo que ha de valer legítimamente aquí en esta vida; pues «no codiciarás lo que es del prójimo, ni a su mujer, ni a su asno»[1], y consiguientemente tampoco la preeminencia que se le ha concedido en la vida; si a ti te ha sido negada, tendrás con todo que alegrarte de que a él se le haya concedido. De esta manera está en paz el que ama al prójimo, no evita cobardemente al más poderoso que él, sino que ama al prójimo, así como tampoco, dándose tono, al que es inferior, sino que ama al prójimo, y esencialmente desea existir por igual para todos los seres humanos, sea o no de hecho realmente conocido por muchos de ellos. Tiene innegablemente una considerable envergadura de alas, mas no se trata de un vuelo orgulloso que sobrevuela el mundo, sino que es el vuelo pegado a la tierra, humilde y difícil, de la abnegación.

Es mucho más fácil y mucho más cómodo el deslizarse a través de la vida, si se es un distinguido, viviendo en un retiro más distinguido, o bien, si se es un inferior, viviendo en una tranquilidad desapercibida, y puede incluso parecer, por muy extraño que ello sea, que mediante esta forma de vida escurridiza se haría más, precisamente porque uno se expondría a mucho menor resistencia. Pero por muy agradable que para la carne y la sangre sea eludir la resistencia, ¿será ello también consolador a la hora de la muerte? A la hora de la muerte la única cosa consoladora será el no haberla eludido, sino haberla soportado. No está en el poder del ser humano lo que ha o no ha de llevar a cabo, no es él quien ha de conducir el mundo; la sola y única cosa que tiene que hacer es obedecer. Lo que primero y principalmente tiene que hacer cada cual (en lugar de preguntarse qué posición le resultará más cómoda, qué unión le será más ventajosa) es situarse él mismo en el punto donde la providencia pueda servirse de él, si es que así le place a la providencia. Este punto es cabalmente el amor al prójimo, o bien existir esencialmente por igual para cada ser humano. Cualquier otro punto significa discordia, por muy ventajosa y cómoda y aparentemente significativa que pueda ser esta posición; la providencia no puede servirse del que se ha situado ahí, ya que precisamente se ha rebelado contra la providencia. Mas quien adoptó aquella acertada posición inadvertida, aquella menospreciada y rehusada, sin aferrarse a su diversidad terrena, sin mantenerse unido a un solo ser humano, existiendo esencialmente por igual para cada ser humano, él, aunque aparentemente no haya llevado a cabo nada, aunque no haya sido expuesto al escarnio de los inferiores o a la burla de los distinguidos, o al escarnio y la burla de ambos, se atreverá sin embargo a decirle a la hora de la muerte a su alma consoladoramente: «Yo he hecho lo mío; no sé si he llevado a cabo algo, no sé si he beneficiado a alguien, pero sí sé que he existido para ellos, y lo sé porque me escarnecieron. Y éste es mi consuelo: que no me llevaré conmigo a la tumba el secreto de que yo, para pasar días buenos e imperturbados y cómodos en la vida, haya renegado del parentesco con los demás seres humanos, ni con los de humilde condición, para vivir en una distinguida reserva, ni con los distinguidos, para vivir en oculta inadvertencia». Deja ahora que quien mediante la unión y no existiendo para todos los seres humanos, llevó a cabo mucho, tenga buen cuidado para que la muerte no le cambie su vida, cuando le recuerde su responsabilidad. Porque quien hizo lo que era suyo llamando la atención de los seres humanos, bien de los inferiores, bien de los distinguidos; quien instruyendo, actuando, afanándose, existió para todos por igual, no tiene responsabilidad alguna, por más que los seres humanos manifestaran al perseguirlo que se habían dado cuenta; él no tiene responsabilidad alguna, e incluso ha beneficiado, ya que la condición para sacar algún provecho es siempre y ante todo el darse cuenta. 

Pero quien cobardemente sólo existió dentro del muro de la unión, por muchísimo que llevara a cabo y por muchas ventajas que ganara; quien cobardemente no se atrevió a llamar la atención de los seres humanos, ni de los inferiores ni de los distinguidos, porque tenía el presentimiento de que la atención de los seres humanos es un bien ambiguo cuando, en efecto, se tiene que comunicar algo verdadero; quien cobardemente garantizó su celebrada actividad por medio de la estima personal cargará con la responsabilidad de no haber amado al prójimo. Si alguien semejante dijera: «Sí, ¿de qué puede servir establecer uno su vida según medida semejante?», entonces yo respondería: ¿para qué crees tú que puede servir esta excusa en la eternidad? Pues el mandamiento de la eternidad es infinitamente superior a cualquier excusa, por ingeniosa que sea. Entre aquellos que la providencia empleó como instrumentos al servicio de la verdad (y no olvidemos que todo ser humano debe y ha de atreverse a serlo, o al menos debe organizar su vida de tal manera que pudiera serlo), no habrá además ni uno solo que haya organizado su vida de otro modo que no fuera el de existir por igual para cada ser humano. Y ninguno de ellos se mantuvo unido jamás con los inferiores, ni jamás se mantuvo unido con los distinguidos, sino que existió por igual para el distinguido y para el más insignificante. Verdaderamente sólo amando al prójimo puede un ser humano realizar lo supremo; ya que lo supremo consiste en poder ser un instrumento en manos de la providencia. Pero, según quedó dicho, todo el que se ha situado en algún otro punto, todo el que forma partido y unidad, está en el partido o en la unidad, conduce por cuenta propia, y aunque transformara el mundo, todo lo que ha realizado sería una alucinación. Tampoco le proporcionará gran alegría en la eternidad, pues muy posiblemente la providencia lo utilizó, pero ¡ay!, no lo habrá utilizado como instrumento; fue un voluntarioso, un sabihondo, y el afán de alguien semejante también lo utiliza la providencia, llevándose su penoso trabajo y privándole de su paga[2]. Por muy ridículo, retrasado e inadecuado que pueda parecerle al mundo amar al prójimo, es sin embargo lo supremo que un ser humano consigue llevar a cabo. Y tampoco lo supremo ha encajado nunca totalmente en las circunstancias de la vida terrena: es al mismo tiempo muy poco y demasiado.”[3]





[1] Éxodo 2017
[2] Mateo 6: 2 y 5
[3] KIERKEGAARD, Sören, Las Obras del Amor. Ediciones Sígueme Pags. 111-114 

No hay comentarios:

Publicar un comentario