"Pensemos ahora en la diversidad de la inferioridad. Han pasado ya
los tiempos en que, aquellos a quienes se llama los inferiores, no tenían
representación alguna de sí mismos; o bien la representación de ser siervos, no
meramente seres humanos de humilde condición, sino en realidad ni siquiera de
seres humanos. Aquella salvaje rebelión y el espanto que siguió a aquel
espanto, quizá hayan pasado también, ¿y acaso por eso la corrupción no podrá
vivir oculta en un ser humano? Así, la inferioridad corrupta aleccionará al
inferior para que, en el poderoso y el distinguido, en cualquiera que se
encuentre favorecido por una preeminencia, vea a su enemigo. Pero esto
significa precaución, puesto que estos enemigos todavía tienen tanto poder que
fácilmente podría resultar peligroso el romper con ellos. Por eso la corrupción
no enseñará al inferior a rebelarse, ni tampoco a negar toda deferencia, ni
tampoco a que deje manifestarse el secreto; sino que le enseñará que hay que
hacerlo y, sin embargo, no hacerlo; hacerlo, pero de tal manera que el poderoso
no obtenga contento alguno por ello, sin que con todo pueda decir que se le
niega. Por eso en el mismo homenaje ha de haber una porfía maliciosa, capaz de
amargar ocultamente; una mala gana, que de manera oculta dice no a lo que la
boca reconoce; como una inso- noridad de la envidia recalcitrante en el júbilo
que honra al poderoso. No ha de emplearse fuerza alguna, podría ser peligroso;
no ha de llegar ruptura alguna, podría ser peligroso; basta con el secreto de
una oculta exasperación, un abatimiento penoso lejanamente vislumbrado, para
hacer del poder y el honor y la excelencia una molestia para el poderoso, el
glorioso y el excelente, quien, sin embargo, no podría encontrar nada concreto
de lo que quejarse; pues ahí precisamente pinchan el arte y el secreto. Y si
hubiera un inferior en cuyo corazón no entrara el secreto de esta envidia y
tampoco permitiera que la corrupción le dominara desde fuera; un inferior que,
sin cobarde sumisión, sin temor a los seres humanos, modestamente y, sobre
todo, con alegría, diera a cada preeminencia de la vida terrena lo que es suyo,
más feliz y dichoso dando de lo que quizá lo esté en muchas ocasiones o pueda
estarlo el que va a recibir, en ese caso también aquel habría de descubrir ese
doble peligro. Sus iguales probablemente lo rechazarían como a un traidor, lo
menospreciarían por su mentalidad servil, ay, y los favorecidos tal vez lo
malentenderían y se mofarían de él como de un arrimado. Y así como en el caso
anterior hubo de estimarse que era demasiado bajo para el distinguido amar al
prójimo, así ahora quizá hubiera de estimarse que es demasiado presuntuoso para
el de condición humilde amar al prójimo. Tan arriesgado es querer amar al
prójimo. Porque en el mundo hay la suficiente diversidad: dentro de la
temporalidad se encuentra diversidad por todas partes, que no es cabalmente
otra cosa que lo diverso, lo vario. Quizá también un ser humano, precisamente
en virtud de su diversidad, podría lograr entenderse tan bien con todas las
diversidades en un convenio favorable y dócil, que rebajara un poco de un sitio
para exigir un poco de otro sitio. Pero la equidad de la eternidad de querer
amar al prójimo es algo que parece al mismo tiempo muy poco y demasiado, y por
eso mismo es como si este amor al prójimo no encajara exactamente en las
circunstancias de la vida terrena."[1]
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