"Quien de verdad ama al prójimo, ama también en consecuencia a su enemigo.
Esta diferencia, «amigo o enemigo», es una diferencia en el objeto del amor;
sin embargo, el amor al prójimo tiene justo un objeto sin diferencias. El
prójimo es la completamente incognoscible diversidad entre ser humano y ser
humano, o bien es la eterna igualdad ante Dios. Esta igualdad también la posee
el enemigo. Se piensa que a un ser humano le es imposible amar a su enemigo,
¡ay!, pues a los enemigos no se les quiere ni ver. Pues bien, ahora cierra los
ojos; de esta manera el enemigo se asemejará por completo al prójimo. Cierra
los ojos y acuérdate del mandamiento de que tú has de amar. De este modo estás
amando a tu enemigo; mejor dicho, de esta manera estás amando al prójimo, pues
que es tu enemigo es claro que no lo ves. Porque al cerrar los ojos ya no ves
las diversidades de la vida terrena, y la enemistad es también una de las
diversidades de la vida terrena. Y, al cerrar los ojos, tu mente no se distrae
ni perturba, conforme vas prestando oídos a las palabras del mandamiento. Y cuando
tu mente no se perturbe ni se distraiga contemplando el objeto de tu amor y la
diversidad del objeto, entonces serás todo oídos para las palabras del
mandamiento, como si única y exclusivamente te hablaran a ti, diciéndote que
«tú» has de amar al prójimo. Fíjate: entonces estarás en el camino de la
perfección de amar al prójimo, cuando tus ojos estén cerrados y tú te hayas
vuelto todo oídos para el mandamiento."[1]
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