“El cristianismo deja que subsistan todas las diversidades de la vida
terrena, pero precisamente en el mandamiento del amor, en el hecho de amar al
prójimo, está contenida esa equidad del elevarse por encima de las diferencias
terrenas. Y puesto que esto es así, porque el inferior tan completamente como
el distinguido y poderoso, porque cada ser humano de un modo distinto, puede
perder su alma al no querer, cristianamente, elevarse por encima de la
diversidad de la vida terrena, ay, y porque ello le sucede de ambas y de las
más diversas maneras, por eso el querer amar al prójimo está con frecuencia
expuesto a un doble e incluso múltiple peligro. Todo el que desesperadamente se
haya aferrado a una u otra de las diversidades de la vida terrena, de manera
que tenga su vida en ella y no en Dios, exige también de los que pertenecen a
la misma diversidad que se mantengan unidos con él no en el bien (pues el bien
no forma unión alguna, no junta ni a dos, ni a cien, ni a todos los seres
humanos en unión), sino en una unión impía contra lo general-humano. Ese
desesperado llamará traición a pretender tener comunidad con los otros, con todos
los seres humanos. Por otro lado, estos otros seres humanos están a su vez
diferenciados en otras diversidades de la temporalidad, y por eso malentenderán
quizá el hecho de que alguien que no perteneciera a su diversidad quisiera
estar con ellos. Pues, en relación con las diversidades de la vida terrena, se
da el malentendido, y de una manera bastante extraña, al mismo tiempo discordia
y concordia: el uno quiere suprimir una determinada diversidad, pero poniendo
otra en su lugar. Claro que diversidad, como dice la palabra, puede significar
lo más diverso, lo más diverso de todo; pero quienquiera que luche contra la
diversidad de este modo, queriendo suprimir una determinada y tener otra en su
lugar, no hará más que combatir en favor de la diversidad. Así las cosas, quien
quiera amar al prójimo, quien, en consecuencia, no se preocupe de lograr
suprimir esta o aquella diversidad, ni de lograr mundanamente suprimir todas,
sino de penetrar piadosamente su diversidad con la idea salvífica de la equidad
cristiana, ese será tenido fácilmente como uno que no encaja aquí en la vida
terrena, ni siquiera en la presunta cristiandad; será fácilmente expuesto a los
ataques desde todos los ángulos; será fácilmente como una oveja perdida entre
lobos impetuosos. Dondequiera que mire, tropieza naturalmente con las
diversidades (pues, según se dijo, ningún ser humano es el puro ser humano,
sino que el cristiano se eleva por encima de las diversidades); y aquellos que
mundanamente se han aferrado con firmeza a una diversidad temporal, sea esta la
que sea, son como lobos impetuosos.”[1]
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