“El amor al prójimo contiene las perfecciones de la eternidad. De ahí
viene, quizá, el que alguna vez él parezca no encajar en las circunstancias de
la vida terrena, en la diversidad temporal de lo mundano, el que tan fácilmente
sea poco estimado y expuesto al odio, y el que en cualquier caso resulte muy
ingrato amar al prójimo. Incluso aquel que de ordinario no está inclinado a
ensalzar a Dios y al cristianismo, lo hace, sin embargo, cuando medita con
escalofríos en lo espantoso del modo como se operaba la diversidad de la vida
terrena en el paganismo, o como la división de castas separaba inhumanamente al
ser humano del ser humano; cómo esta impiedad enseñaba inhumanamente a un ser
humano a renegar del parentesco con otro, le enseñaba descarada e
insensatamente a afirmar, acerca del otro ser humano, que no existía, que era
un «no-nacido». En este caso, incluso él ensalza el cristianismo, que ha
salvado a los seres humanos de la desgracia, inculcando de un modo profundo y
eternamente inolvidable el parentesco entre ser humano y ser humano, porque el
parentesco está asegurado al tener cada individuo idéntico parentesco y
relación con Dios en Cristo; porque la doctrina cristiana se dirige por igual a
cada individuo, enseñándole que Dios lo ha creado y que Cristo lo ha redimido;
porque la doctrina cristiana llama a cada ser humano aparte, diciéndole:
«Cierra tu puerta y ora a Dios, y así tendrás lo supremo que un ser humano
puede tener; ama a tu Redentor, y así tendrás todo tanto en la vida como en la
muerte, y así deja en paz las diversidades, que no resuelven nada». Y ¿acaso
aquel que desde la cima de la montaña contempla las nubes a sus pies será
perturbado por esta contemplación, le perturbará la tempestad que brama allí
abajo en los parajes poco elevados de la tierra? Pues así de elevado ha
instalado el cristianismo a cada uno, a cada uno incondicionalmente, pues para
Cristo, lo mismo que para la providencia divina, no se da ningún número,
ninguna masa, los incontables son contados, para él son puros individuos; así de
elevado ha instalado el cristianismo a cada uno de los seres humanos, para que
nadie estropee su alma engriéndose o gimiendo bajo la diversidad de la vida
terrena. Pues el cristianismo no ha quitado las diversidades, de la misma
manera que Cristo mismo tampoco quiso, ni quiso rogárselo a Dios, retirar a los
discípulos del mundo, cosa que vuelve a ser uno y lo mismo. Por eso en el
cristianismo, lo mismo que tampoco en el paganismo, jamás ha vivido ningún
hombre que no haya estado vestido o revestido con la diversidad de la vida
terrena; de la misma manera que el cristiano no vive ni puede vivir sin el
cuerpo, así tampoco puede hacerlo sin la diversidad de la vida terrena y que
pertenece particularmente a cada cual por nacimiento, por rango, por condición,
por cultura, etc. Ninguno de nosotros es el puro ser humano. El cristianismo es
demasiado serio como para decir disparates en torno al puro ser humano; él sólo
quiere hacer puros a los seres humanos. El cristianismo no es ningún cuento de
hadas, si bien la gloria que promete es más magnífica que toda la que posee el
cuento de hadas; tampoco es una ingeniosa construcción intelectual, la cual
resultaría difícil de entender y exigiría además una condición: una cabeza
ociosa y un cerebro vacío.”[1]
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