“El cristianismo no es…
una ingeniosa construcción intelectual, la cual resultaría difícil de entender
y exigiría además una condición: una cabeza ociosa y un cerebro vacío.
El cristianismo… no ha
suprimido la diversidad de la vida terrena. Esta debe continuar mientras
continúe la temporalidad, y debe continuar tentando a cada ser humano que
ingrese en el mundo; pues, por el hecho de ser cristiano, no ha sido cesado de
la diversidad, sino que vence la tentación de la diversidad cuando se hace
cristiano. Por eso, en la presunta cristiandad, las diferencias de la vida
terrena tientan aún constantemente. ¡Ay!, y quizá mucho más que tentar, de
suerte que el uno se engríe y el otro envidia tercamente. Ambas partes
significan ciertamente una rebelión, una rebelión contra lo cristiano. Claro
que no es nuestra intención fortalecer a alguno en la temeraria aberración de
que solamente los poderosos y los distinguidos son los culpables; pues si los
inferiores y los impotentes única y tercamente pretenden las ventajas de la
vida terrena que les han sido negadas, en vez de pretender humildemente la
bienaventurada equidad de lo cristiano, no cabe duda de que eso también
significa que estropean su alma. El cristianismo no es ciego, ni tampoco
unilateral; contempla con la calma de la eternidad todas las diversidades de la
vida terrena de manera equitativa, pero no se mantiene unido discordantemente
con una sola; contempla, y no sin aflicción, que el ajetreo terreno y los
falsos profetas de la mundanidad quieren hacer creer, en nombre del
cristianismo, esta apariencia de que meramente los poderosos pudieran haberse
embelesado con respecto a la diversidad de la vida terrena, y como si el
inferior tuviese justificación para poder hacer de todo con el propósito de
alcanzar la igualdad, y no meramente por medio de hacerse cristiano de una
forma seria y auténtica. ¿Habrá de ser este el camino por el que se llegue a la
igualdad y equidad cristianas?” [1]
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