“De esta manera, la corrupción aristocrática enseñará al distinguido que
él sólo existe para los distinguidos, que ha de vivir únicamente en la unidad
de su círculo, que no debe existir para los demás seres humanos, así como éstos
tampoco deberán existir para él. Pero esto requiere precaución, debe saber
ponerlo en práctica tan suave y diestramente como sea posible, con el fin de no
soliviantar a los seres humanos, es decir, que la discreción y el arte
consistirán precisamente en guardar para sí este secreto: lo de evitar el roce
no debe expresarse en la conducta, ni tampoco debe hacerse de manera llamativa,
que atraiga la atención. No, la evasiva tendrá lugar con la mira puesta en la
seguridad y, por eso, con tanto tiento que nadie caiga en la cuenta, ni mucho
menos le ofenda. Por eso, cuando ande por entre la masa de los seres humanos,
transitará como con los ojos cerrados (claro que no en sentido cristiano); de
manera orgullosa y sin embargo solapada, como escapándose de un círculo
aristocrático a otro; sin mirar a esos otros seres humanos para no ser visto,
en tanto que toda la atención de los ojos acechará tras ese escondite, por si
se encontrara con uno de los suyos o con otro todavía más distinguido; su
mirada ha de flotar indefinida, a tientas sobre todos esos seres humanos, para
que nadie haya de poder pescar sus ojos y recordarle el parentesco; nunca se le
verá entre los inferiores, por lo menos nunca en su compañía, y, de no poderlo
evitar, entonces tendrá que percibirse la condescendencia aristocrática claro
que en su figura más suave, para no ofender ni soliviantar-; con los inferiores
usará gustosamente de una cortesía exagerada, sin que nunca alterne con ellos
como un igual, pues sin duda con ello se manifestaría que él era ser humano,
mientras que él es distinguido. Y si pudiera hacer esto de una manera suave,
diestra, de buen gusto, huidiza y, sin embargo, siempre manteniendo su secreto
(que los demás seres humanos no existen para él ni él para ellos), entonces la
corrupción aristocrática le garantizará que tiene el buen tono. Desde luego, el
mundo ha cambiado, y la corrupción también ha cambiado; pues de seguro sería
precipitado creer que el mundo se ha hecho bueno porque ha cambiado. ¡Cuál no
sería su extrañeza, si nos imaginamos una de aquellas figuras orgullosas,
obstinadas, que saboreaban el juego impío de dejar abiertamente que «esos seres
humanos» sintieran su miseria! ¡Cuál no sería su extrañeza al comprobar que en
la actualidad se ha hecho necesaria una precaución tan grande para mantener ese
secreto! Ay, pero el mundo ha cambiado; y a medida que el mundo va cambiando,
las figuras de la corrupción también van haciéndose más maliciosas y más
difíciles de señalar; pero lo que es mejorar, en verdad no.”[1]
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