jueves, 23 de junio de 2016

"La Corrupción Aristocrática" Kierkegaard, Sören. Las Obras del Amor

“De esta manera, la corrupción aristocrática enseñará al distinguido que él sólo existe para los distinguidos, que ha de vivir únicamente en la unidad de su círculo, que no debe existir para los demás seres humanos, así como éstos tampoco deberán existir para él. Pero esto requiere precaución, debe saber ponerlo en práctica tan suave y diestramente como sea posible, con el fin de no soliviantar a los seres humanos, es decir, que la discreción y el arte consistirán precisamente en guardar para sí este secreto: lo de evitar el roce no debe expresarse en la conducta, ni tampoco debe hacerse de manera llamativa, que atraiga la atención. No, la evasiva tendrá lugar con la mira puesta en la seguridad y, por eso, con tanto tiento que nadie caiga en la cuenta, ni mucho menos le ofenda. Por eso, cuando ande por entre la masa de los seres humanos, transitará como con los ojos cerrados (claro que no en sentido cristiano); de manera orgullosa y sin embargo solapada, como escapándose de un círculo aristocrático a otro; sin mirar a esos otros seres humanos para no ser visto, en tanto que toda la atención de los ojos acechará tras ese escondite, por si se encontrara con uno de los suyos o con otro todavía más distinguido; su mirada ha de flotar indefinida, a tientas sobre todos esos seres humanos, para que nadie haya de poder pescar sus ojos y recordarle el parentesco; nunca se le verá entre los inferiores, por lo menos nunca en su compañía, y, de no poderlo evitar, entonces tendrá que percibirse la condescendencia aristocrática claro que en su figura más suave, para no ofender ni soliviantar-; con los inferiores usará gustosamente de una cortesía exagerada, sin que nunca alterne con ellos como un igual, pues sin duda con ello se manifestaría que él era ser humano, mientras que él es distinguido. Y si pudiera hacer esto de una manera suave, diestra, de buen gusto, huidiza y, sin embargo, siempre manteniendo su secreto (que los demás seres humanos no existen para él ni él para ellos), entonces la corrupción aristocrática le garantizará que tiene el buen tono. Desde luego, el mundo ha cambiado, y la corrupción también ha cambiado; pues de seguro sería precipitado creer que el mundo se ha hecho bueno porque ha cambiado. ¡Cuál no sería su extrañeza, si nos imaginamos una de aquellas figuras orgullosas, obstinadas, que saboreaban el juego impío de dejar abiertamente que «esos seres humanos» sintieran su miseria! ¡Cuál no sería su extrañeza al comprobar que en la actualidad se ha hecho necesaria una precaución tan grande para mantener ese secreto! Ay, pero el mundo ha cambiado; y a medida que el mundo va cambiando, las figuras de la corrupción también van haciéndose más maliciosas y más difíciles de señalar; pero lo que es mejorar, en verdad no.”[1]



[1] Pag. 102-103

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