“Por tanto, el
cristianismo no pretende quitar la diversidad, ni la de la distinción, ni la de
la inferioridad; pero, de otra parte, no hay ninguna diversidad temporal con la
que el cristianismo, de manera parcial, forme partido, ni siquiera con aquella
que, a los ojos del mundo, sea la más razonable y plausible. Si una diversidad
temporal, con la que un ser humano se embelesa aferrándose de manera mundana
firmemente a ella, es a los ojos del mundo indignante y clama al cielo, o por
el contrario es a los ojos del mundo inocente y amable, eso no ocupa al
cristianismo en absoluto, puesto que él no discrimina de manera mundana, no
atiende a aquello mediante lo cual un ser humano estropea su alma, sino al
hecho de que estropee su alma... ¿por una nimiedad? Quizás; pero el hecho de
estropear uno su alma no es de seguro nimiedad alguna.”[1]
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