martes, 31 de mayo de 2016

"Predilección...Amor de Sí". Kierkegaard Sören



“El prójimo es lo equitativo. El prójimo no es el amado por quien tienes predilección apasionada, ni tampoco es el amigo por quien tienes predilección apasionada. El prójimo tampoco es, en el caso de que tú mismo seas alguien cultivado, el cultivado, con el que te igualas por la cultura, pues con el prójimo tienes la igualdad del ser humano ante Dios. El prójimo tampoco es uno más distinguido que tú, es decir, no es el prójimo en cuanto más distinguido que tú, pues amarlo en calidad de más distinguido puede muy fácilmente ser predilección y, en consecuencia, amor de sí. El prójimo tampoco es uno inferior a ti, es decir, que en cuanto inferior a ti no es el prójimo, pues amar a uno en calidad de inferior a ti puede muy fácilmente ser condescendencia de la predilección y, por tanto, amor de sí. No; amar al prójimo es equidad. Resulta alentador que en tu relación con el distinguido hayas de amar en él a tu prójimo; es humillante que en tu relación con el inferior no tengas que amar en él al inferior, sino que hayas de amar al prójimo; es salvífico si lo haces, puesto que has de hacerlo. El prójimo es cada ser humano; ya que en la diversidad no es tu prójimo, ni tampoco en la igualdad contigo dentro de la diversidad con respecto a otros seres humanos. Es tu prójimo en la igualdad contigo ante Dios. Mas esta igualdad la tiene incondicionalmente cada ser humano y la tiene de manera incondicional.”[1]  




[1] Pag. 85

sábado, 21 de mayo de 2016

"El Amor Inmediato Puede...Trocarse...en Odio" KIERKEGAARD, Sören, Las Obras del Amor



“El amor inmediato puede cambiar en sí mismo, puede trocarse en su contrario, en odio. Odio es un amor que se ha convertido en su contrario, es un amor que se ha hundido. Allá abajo en el fondo, el amor continúa ardiendo, pero con la llama del odio; y solamente cuando el amor se haya consumido, sólo entonces se apagará también la llama del odio. Como ha quedado dicho acerca de la lengua, que «es la misma lengua con la que bendecimos y maldecimos»[1], así también se ha de afirmar que es el mismo amor el que ama y odia; y cabalmente, por ser el mismo amor, no es el auténtico en el sentido de la eternidad, el que permanece el mismo sin cambiar, sino que aquel inmediato, cuando ha cambiado, en el fondo es el mismo. El amor auténtico, el amor que, convirtiéndose en deber, sufrió el cambio de la eternidad, no varía jamás, es sencillo, ama y nunca odia, nunca odia al amado. Podría parecer que aquel amor inmediato es el más fuerte, por ser capaz de hacer el doble, porque puede tanto amar como odiar; podría parecer que tiene un poder completamente distinto sobre su objeto, cuando dice: «Si no me amas, entonces te odiaré»; mas todo esto no es sino una alucinación. Porque ¿es la mutabilidad un poder más fuerte que la inmutabilidad?; y ¿quién es el más fuerte, el que dice: «Si no me amas, entonces te odiaré»; o aquel que dice: «Aunque me odies, yo seguiré amándote»? Desde luego, es estremecedor y espantoso que el amor se trueque en odio, pero ¿para quién propiamente es espantoso?, ¿acaso no lo es para el interesado mismo, a quien le aconteció que su amor se trocó en odio?”[2]




[1] Stg. 3:5-10
[2] pgs. 55-56

viernes, 20 de mayo de 2016

La Tibieza e Indiferencia de la Costumbre. KIERKEGAARD Sören, Las Obras del Amor



“…el amor inmediato puede cambiar desde sí mismo, puede cambiar en el transcurso de los años, cosa que se ve bastante a menudo. Entonces el amor pierde su fogosidad, su alegría, sus ganas, su originalidad, su frescura; lo mismo que el río, que brincaba entre las rocas de la montaña, más allá languidece en la apatía de la calma chicha, así languidece el amor en la tibieza e indiferencia de la costumbre. ¡Ay!, de todos nuestros enemigos es quizá la costumbre el más taimado; sobre todo, es lo suficientemente taimado como para no dejarse notar jamás, pues quien cayó en la cuenta de la costumbre quedó liberado de ella. La costumbre no es como los otros enemigos que se ven y contra los que uno se defiende luchando; la lucha es en realidad consigo mismo, para desenmascararla. Es como el predador, conocido por su carácter taimado, que furtivamente asalta a los que duermen: mientras le chupa la sangre al durmiente, esparce frescor sobre él haciéndole el sueño todavía más delicioso. Así es la costumbre, o todavía peor; pues aquel animal busca su presa entre los que duermen, pero no cuenta con ningún recurso para adormecer a los despiertos. En cambio, la costumbre sí que lo tiene; se desliza sobre un ser humano y lo duerme, y cuando eso ha sucedido le chupa la sangre, al tiempo que esparce frescor sobre él haciéndole el sueño todavía más delicioso. De esta manera, el amor inmediato puede cambiar desde sí mismo, volviéndose incognoscible, pues al odio y los celos se les conoce a pesar de todo por el amor. De este modo, el ser humano mismo nota alguna vez, como un sueño que pasa de largo y es olvidado, que la costumbre lo ha cambiado; entonces quiere poner de nuevo las cosas en su sitio, pero desconoce dónde ha de ir a comprar el nuevo aceite23 que inflame el amor. Y se desalienta, enfadado y disgustado consigo mismo, disgustado con su amor, disgustado porque éste sea tan miserable como es, disgustado porque él no puede cambiar las cosas, porque, ¡ay!, no prestó atención al cambio de la eternidad cuando estaba a tiempo, y ahora incluso ha perdido las fuerzas para soportar la curación. ¡Oh!, qué triste resulta ver a alguien, que en una ocasión vivió una época de apogeo, ahora empobrecido, pero ¡cuánto más triste que ese cambio es ver al amor trocado en esa cosa casi repugnante! Por contraste, cuando el amor, convirtiéndose en deber, ha sufrido el cambio de la eternidad, entonces desconocerá la costumbre, entonces la costumbre no tendrá poder sobre él. Igual que se afirma de la vida eterna que en ella no hay suspiros ni lágrimas, así también se podría añadir que en ella no cabe la costumbre; y en verdad con ello no afirmamos algo menos magnífico. Si realmente quieres salvar tu alma o tu amor del carácter taimado de la costumbre, no creas, como la mayoría de los humanos, que hay muchos medios para mantenerse despierto y seguro, pues en verdad no hay más que uno: el «has de» de la eternidad.”[1]



[1] 57-58

miércoles, 18 de mayo de 2016

¡Tanto el Qué como el Cómo son Importantes en el Tener! KIERKEGAARD, Sören. Las Obras del Amor



Aquel que tenga bienes terrenos habrá de ser como el que no los tiene”[1], “por eso, ¿no habrá de ser ello también cierto respecto de lo supremo: poseerlo y ser, sin embargo, como quien no lo posee? Será entonces esto cierto. De ninguna manera. No nos engañemos mediante la pregunta, como si fuera posible poseer lo supremo de ese modo. Meditemos rectamente y resultará una imposibilidad. Los bienes terrenos son lo indiferente, y por ello enseñan las Escrituras que, de poseerlos, se posean como lo indiferente; en cambio lo supremo no puede ni debe ser poseído como lo indiferente. Los bienes terrenos son una realidad en el sentido exterior, por eso se los puede poseer y al mismo tiempo y a pesar de ello ser como aquel que no los tiene; mas los bienes del espíritu se hallan solamente en lo interno, lo son solamente en la posesión, y por consiguiente no se puede, si realmente se poseen, ser como aquel que no los posee; al revés, si uno es alguien así, entonces justamente no se poseen. Si alguien piensa que tiene fe, pero es indiferente respecto a esta posesión, ni frío ni calor, entonces puede estar seguro de que tampoco tiene fe. Si alguien piensa que es cristiano y, sin embargo, le es indiferente serlo, entonces la verdad es que tampoco lo es. ¿O qué diríamos de un ser humano que asegurara estar enamorado, y añadiera que esto le es indiferente?”[2]



[1] 1 Corintios 7, 29-31
[2] pag. 46

"¡Qué Diferencia!" KIERKEGAARD, Sören, Las Obras del Amor




“¡Qué diferencia entre aquel juego de fuerzas del sentimiento y del instinto y de la inclinación y de la pasión, en una palabra, de la inmediatez, aquella gloria de la poesía, cantada en sonrisa en lágrimas, en anhelo o en añoranza, qué diferencia entre esto y la seriedad de la eternidad, de la prescripción, en espíritu y verdad, en sinceridad y abnegación! Pero la ingratitud humana, ¡ah!, ¡qué flaca es su memoria! Porque lo supremo se le ofrece hoy a cada cual, se lo toma como si fuese nada, no se le saca ningún gusto, ni siquiera hacerse eco de su cara condición, justamente como si lo supremo perdiera algo por el hecho de que todos tienen o pudieran tener lo mismo”[1]

miércoles, 11 de mayo de 2016

"Cómo se equivoca el que...




(pulsa el enlace del título del libro para leerlo completo)

“…cómo se equivoca el que da el nombre de amor a lo que es ligera condescendencia, da el nombre de amor a lo que no es sino depravada blandenguería, o unión dañina, o conducta vanidosa, o vinculaciones del enfermo de sí, o sobornos del lisonjeo, o pareceres del instante, o relaciones de la temporalidad.”[1]


[1] pag. 24

martes, 10 de mayo de 2016

KIERKEGAARD, Sören. Las Obras del Amor




ORACIÓN

“¡Cómo podría hablarse rectamente del amor si Tú fueras olvidado, Tú, Dios del amor, de quien procede todo amor en el cielo y en la tierra!; ¡Tú, que no escatimaste nada, sino que lo entregaste todo en el amor!; ¡Tú, que eres amor, de suerte que el amoroso solamente es lo que es siendo en Ti! ¡Cómo podría hablarse rectamente del amor si Tú fueras olvidado, Tú, que revelaste lo que es amor, Tú, nuestro Salvador y Redentor, que te entregaste a ti mismo para redimirnos a todos! ¡Cómo podría hablarse rectamente del amor si Tú fueras olvidado, Tú, Espíritu del amor, Tú, que no tomas nada de lo que es Tuyo, sino que evocas aquel sacrificio del amor y le recuerdas al creyente que ame como es amado, y al prójimo como a sí mismo! Oh, amor eterno, Tú, que estás presente, y jamás sin testimonio, en todas partes donde eres invocado, no dejes tampoco sin testimonio lo que aquí se hable acerca del amor, o bien acerca de las obras del amor. Es verdad que sólo a ciertas obras el lenguaje humano llama de una manera especial y mezquina obras de caridad1; pero, desde luego, en el cielo sucede que no puede cobijarse ninguna obra que no sea una obra del amor: ¡sincera en abnegación, una necesidad del amor y, precisamente por ello, sin pretensión de ser meritoria"!![1]



Las Obras del Amor. Sören Kierkegaard



[1]  página17 Ediciones Sígueme, Salamanca.