miércoles, 29 de junio de 2016

"El Vuelo Pegado a la Tierra, Humilde y Difícil, de la Abnegación". KIERKEGAARD Sören, Las Obras del Amor. Ediciones Sígueme Pags. 111-114

“Amar al prójimo significa esencialmente querer existir por igual para cada ser humano incondicionalmente, permaneciendo en la diversidad terrena propia que a uno le ha sido asignada. Es soberbia y presunción querer existir única y manifiestamente para otros seres humanos según la preeminencia de la propia diversidad terrena; pero la invención sagaz de no querer en absoluto existir para otros, con el fin de gozar secretamente en unión con sus iguales las ventajas de la diversidad propia, es soberbia cobarde. En ambos frentes hay discordia; pero quien ama al prójimo está en paz. Está en paz por contentarse con la diversidad que se le ha asignado en la vida terrena, sea la de la distinción o sea la inferioridad, y por lo demás deja que cada diversidad de la vida terrena siga en pie y valga por lo que ha de valer legítimamente aquí en esta vida; pues «no codiciarás lo que es del prójimo, ni a su mujer, ni a su asno»[1], y consiguientemente tampoco la preeminencia que se le ha concedido en la vida; si a ti te ha sido negada, tendrás con todo que alegrarte de que a él se le haya concedido. De esta manera está en paz el que ama al prójimo, no evita cobardemente al más poderoso que él, sino que ama al prójimo, así como tampoco, dándose tono, al que es inferior, sino que ama al prójimo, y esencialmente desea existir por igual para todos los seres humanos, sea o no de hecho realmente conocido por muchos de ellos. Tiene innegablemente una considerable envergadura de alas, mas no se trata de un vuelo orgulloso que sobrevuela el mundo, sino que es el vuelo pegado a la tierra, humilde y difícil, de la abnegación.

Es mucho más fácil y mucho más cómodo el deslizarse a través de la vida, si se es un distinguido, viviendo en un retiro más distinguido, o bien, si se es un inferior, viviendo en una tranquilidad desapercibida, y puede incluso parecer, por muy extraño que ello sea, que mediante esta forma de vida escurridiza se haría más, precisamente porque uno se expondría a mucho menor resistencia. Pero por muy agradable que para la carne y la sangre sea eludir la resistencia, ¿será ello también consolador a la hora de la muerte? A la hora de la muerte la única cosa consoladora será el no haberla eludido, sino haberla soportado. No está en el poder del ser humano lo que ha o no ha de llevar a cabo, no es él quien ha de conducir el mundo; la sola y única cosa que tiene que hacer es obedecer. Lo que primero y principalmente tiene que hacer cada cual (en lugar de preguntarse qué posición le resultará más cómoda, qué unión le será más ventajosa) es situarse él mismo en el punto donde la providencia pueda servirse de él, si es que así le place a la providencia. Este punto es cabalmente el amor al prójimo, o bien existir esencialmente por igual para cada ser humano. Cualquier otro punto significa discordia, por muy ventajosa y cómoda y aparentemente significativa que pueda ser esta posición; la providencia no puede servirse del que se ha situado ahí, ya que precisamente se ha rebelado contra la providencia. Mas quien adoptó aquella acertada posición inadvertida, aquella menospreciada y rehusada, sin aferrarse a su diversidad terrena, sin mantenerse unido a un solo ser humano, existiendo esencialmente por igual para cada ser humano, él, aunque aparentemente no haya llevado a cabo nada, aunque no haya sido expuesto al escarnio de los inferiores o a la burla de los distinguidos, o al escarnio y la burla de ambos, se atreverá sin embargo a decirle a la hora de la muerte a su alma consoladoramente: «Yo he hecho lo mío; no sé si he llevado a cabo algo, no sé si he beneficiado a alguien, pero sí sé que he existido para ellos, y lo sé porque me escarnecieron. Y éste es mi consuelo: que no me llevaré conmigo a la tumba el secreto de que yo, para pasar días buenos e imperturbados y cómodos en la vida, haya renegado del parentesco con los demás seres humanos, ni con los de humilde condición, para vivir en una distinguida reserva, ni con los distinguidos, para vivir en oculta inadvertencia». Deja ahora que quien mediante la unión y no existiendo para todos los seres humanos, llevó a cabo mucho, tenga buen cuidado para que la muerte no le cambie su vida, cuando le recuerde su responsabilidad. Porque quien hizo lo que era suyo llamando la atención de los seres humanos, bien de los inferiores, bien de los distinguidos; quien instruyendo, actuando, afanándose, existió para todos por igual, no tiene responsabilidad alguna, por más que los seres humanos manifestaran al perseguirlo que se habían dado cuenta; él no tiene responsabilidad alguna, e incluso ha beneficiado, ya que la condición para sacar algún provecho es siempre y ante todo el darse cuenta. 

Pero quien cobardemente sólo existió dentro del muro de la unión, por muchísimo que llevara a cabo y por muchas ventajas que ganara; quien cobardemente no se atrevió a llamar la atención de los seres humanos, ni de los inferiores ni de los distinguidos, porque tenía el presentimiento de que la atención de los seres humanos es un bien ambiguo cuando, en efecto, se tiene que comunicar algo verdadero; quien cobardemente garantizó su celebrada actividad por medio de la estima personal cargará con la responsabilidad de no haber amado al prójimo. Si alguien semejante dijera: «Sí, ¿de qué puede servir establecer uno su vida según medida semejante?», entonces yo respondería: ¿para qué crees tú que puede servir esta excusa en la eternidad? Pues el mandamiento de la eternidad es infinitamente superior a cualquier excusa, por ingeniosa que sea. Entre aquellos que la providencia empleó como instrumentos al servicio de la verdad (y no olvidemos que todo ser humano debe y ha de atreverse a serlo, o al menos debe organizar su vida de tal manera que pudiera serlo), no habrá además ni uno solo que haya organizado su vida de otro modo que no fuera el de existir por igual para cada ser humano. Y ninguno de ellos se mantuvo unido jamás con los inferiores, ni jamás se mantuvo unido con los distinguidos, sino que existió por igual para el distinguido y para el más insignificante. Verdaderamente sólo amando al prójimo puede un ser humano realizar lo supremo; ya que lo supremo consiste en poder ser un instrumento en manos de la providencia. Pero, según quedó dicho, todo el que se ha situado en algún otro punto, todo el que forma partido y unidad, está en el partido o en la unidad, conduce por cuenta propia, y aunque transformara el mundo, todo lo que ha realizado sería una alucinación. Tampoco le proporcionará gran alegría en la eternidad, pues muy posiblemente la providencia lo utilizó, pero ¡ay!, no lo habrá utilizado como instrumento; fue un voluntarioso, un sabihondo, y el afán de alguien semejante también lo utiliza la providencia, llevándose su penoso trabajo y privándole de su paga[2]. Por muy ridículo, retrasado e inadecuado que pueda parecerle al mundo amar al prójimo, es sin embargo lo supremo que un ser humano consigue llevar a cabo. Y tampoco lo supremo ha encajado nunca totalmente en las circunstancias de la vida terrena: es al mismo tiempo muy poco y demasiado.”[3]





[1] Éxodo 2017
[2] Mateo 6: 2 y 5
[3] KIERKEGAARD, Sören, Las Obras del Amor. Ediciones Sígueme Pags. 111-114 

sábado, 25 de junio de 2016

"La Diversidad de la Inferioridad" KIERKEGAARD

"Pensemos ahora en la diversidad de la inferioridad. Han pasado ya los tiempos en que, aquellos a quienes se llama los inferiores, no tenían representación alguna de sí mismos; o bien la representación de ser siervos, no meramente seres humanos de humilde condición, sino en realidad ni siquiera de seres humanos. Aquella salvaje rebelión y el espanto que siguió a aquel espanto, quizá hayan pasado también, ¿y acaso por eso la corrupción no podrá vivir oculta en un ser humano? Así, la inferioridad corrupta aleccionará al inferior para que, en el poderoso y el distinguido, en cualquiera que se encuentre favorecido por una preeminencia, vea a su enemigo. Pero esto significa precaución, puesto que estos enemigos todavía tienen tanto poder que fácilmente podría resultar peligroso el romper con ellos. Por eso la corrupción no enseñará al inferior a rebelarse, ni tampoco a negar toda deferencia, ni tampoco a que deje manifestarse el secreto; sino que le enseñará que hay que hacerlo y, sin embargo, no hacerlo; hacerlo, pero de tal manera que el poderoso no obtenga contento alguno por ello, sin que con todo pueda decir que se le niega. Por eso en el mismo homenaje ha de haber una porfía maliciosa, capaz de amargar ocultamente; una mala gana, que de manera oculta dice no a lo que la boca reconoce; como una inso- noridad de la envidia recalcitrante en el júbilo que honra al poderoso. No ha de emplearse fuerza alguna, podría ser peligroso; no ha de llegar ruptura alguna, podría ser peligroso; basta con el secreto de una oculta exasperación, un abatimiento penoso lejanamente vislumbrado, para hacer del poder y el honor y la excelencia una molestia para el poderoso, el glorioso y el excelente, quien, sin embargo, no podría encontrar nada concreto de lo que quejarse; pues ahí precisamente pinchan el arte y el secreto. Y si hubiera un inferior en cuyo corazón no entrara el secreto de esta envidia y tampoco permitiera que la corrupción le dominara desde fuera; un inferior que, sin cobarde sumisión, sin temor a los seres humanos, modestamente y, sobre todo, con alegría, diera a cada preeminencia de la vida terrena lo que es suyo, más feliz y dichoso dando de lo que quizá lo esté en muchas ocasiones o pueda estarlo el que va a recibir, en ese caso también aquel habría de descubrir ese doble peligro. Sus iguales probablemente lo rechazarían como a un traidor, lo menospreciarían por su mentalidad servil, ay, y los favorecidos tal vez lo malentenderían y se mofarían de él como de un arrimado. Y así como en el caso anterior hubo de estimarse que era demasiado bajo para el distinguido amar al prójimo, así ahora quizá hubiera de estimarse que es demasiado presuntuoso para el de condición humilde amar al prójimo. Tan arriesgado es querer amar al prójimo. Porque en el mundo hay la suficiente diversidad: dentro de la temporalidad se encuentra diversidad por todas partes, que no es cabalmente otra cosa que lo diverso, lo vario. Quizá también un ser humano, precisamente en virtud de su diversidad, podría lograr entenderse tan bien con todas las diversidades en un convenio favorable y dócil, que rebajara un poco de un sitio para exigir un poco de otro sitio. Pero la equidad de la eternidad de querer amar al prójimo es algo que parece al mismo tiempo muy poco y demasiado, y por eso mismo es como si este amor al prójimo no encajara exactamente en las circunstancias de la vida terrena."[1]




[1] Pags. 107-109 Las Obras del Amor, KIEKEGAARD, Sören. Ediciones Sígueme

jueves, 23 de junio de 2016

"La Corrupción Aristocrática" Kierkegaard, Sören. Las Obras del Amor

“De esta manera, la corrupción aristocrática enseñará al distinguido que él sólo existe para los distinguidos, que ha de vivir únicamente en la unidad de su círculo, que no debe existir para los demás seres humanos, así como éstos tampoco deberán existir para él. Pero esto requiere precaución, debe saber ponerlo en práctica tan suave y diestramente como sea posible, con el fin de no soliviantar a los seres humanos, es decir, que la discreción y el arte consistirán precisamente en guardar para sí este secreto: lo de evitar el roce no debe expresarse en la conducta, ni tampoco debe hacerse de manera llamativa, que atraiga la atención. No, la evasiva tendrá lugar con la mira puesta en la seguridad y, por eso, con tanto tiento que nadie caiga en la cuenta, ni mucho menos le ofenda. Por eso, cuando ande por entre la masa de los seres humanos, transitará como con los ojos cerrados (claro que no en sentido cristiano); de manera orgullosa y sin embargo solapada, como escapándose de un círculo aristocrático a otro; sin mirar a esos otros seres humanos para no ser visto, en tanto que toda la atención de los ojos acechará tras ese escondite, por si se encontrara con uno de los suyos o con otro todavía más distinguido; su mirada ha de flotar indefinida, a tientas sobre todos esos seres humanos, para que nadie haya de poder pescar sus ojos y recordarle el parentesco; nunca se le verá entre los inferiores, por lo menos nunca en su compañía, y, de no poderlo evitar, entonces tendrá que percibirse la condescendencia aristocrática claro que en su figura más suave, para no ofender ni soliviantar-; con los inferiores usará gustosamente de una cortesía exagerada, sin que nunca alterne con ellos como un igual, pues sin duda con ello se manifestaría que él era ser humano, mientras que él es distinguido. Y si pudiera hacer esto de una manera suave, diestra, de buen gusto, huidiza y, sin embargo, siempre manteniendo su secreto (que los demás seres humanos no existen para él ni él para ellos), entonces la corrupción aristocrática le garantizará que tiene el buen tono. Desde luego, el mundo ha cambiado, y la corrupción también ha cambiado; pues de seguro sería precipitado creer que el mundo se ha hecho bueno porque ha cambiado. ¡Cuál no sería su extrañeza, si nos imaginamos una de aquellas figuras orgullosas, obstinadas, que saboreaban el juego impío de dejar abiertamente que «esos seres humanos» sintieran su miseria! ¡Cuál no sería su extrañeza al comprobar que en la actualidad se ha hecho necesaria una precaución tan grande para mantener ese secreto! Ay, pero el mundo ha cambiado; y a medida que el mundo va cambiando, las figuras de la corrupción también van haciéndose más maliciosas y más difíciles de señalar; pero lo que es mejorar, en verdad no.”[1]



[1] Pag. 102-103

miércoles, 22 de junio de 2016

"Conservarse Incontaminado" de la Diversidad. Kierkegaard

“Fíjate: han quedado atrás aquellos tiempos en que sólo el poderoso y el distinguido eran seres humanos, y los demás seres humanos, siervos y esclavos. Esto se lo debemos al cristianismo. Pero de eso no se sigue en modo alguno que la distinción y el poderío no puedan ya convertirse en una trampa para un ser humano, de manera que él se embelese con esta diversidad, estropee su alma y olvide lo que es amar al prójimo. Si esto hubiera de suceder ahora, parecería que debería suceder de manera más oculta y sigilosa, pero en el fondo es lo mismo. Ya sea que uno abiertamente, complaciéndose en su arrogancia y su soberbia, dé a entender a los demás seres humanos que no existen para él, queriendo que ellos, para pábulo de su arrogancia, le manifiesten una sumisión servil; sea que él, de manera solapada y oculta, precisamente para evitar cualquier roce con ellos (quizá también por miedo a que lo manifiesto soliviantara a los seres humanos, resultando peligroso para él mismo), exprese que no existen para él: esto es en el fondo uno y lo mismo. Lo inhumano y lo anticristiano no radican en la manera de hacerlo, sino en la pretensión de negar para uno mismo el parentesco con todos los seres humanos, incondicionalmente con cada ser humano. Ay, ay, la tarea y la doctrina del cristianismo consiste en conservarse incontaminado del mundo[1], quiera Dios que todos lo hagamos; en cambio, el aferrarse mundanamente incluso a la más gloriosa de las diversidades, es cabalmente mancillar. Porque no es el trabajo basto el que mancilla -cuando se lleva a cabo con la pureza del corazón- y no es la condición humilde la que mancilla -cuando piadosamente tienes a honra vivir tranquilamente-; sino que la seda y el armiño son capaces de mancillar si un ser humano los utiliza para estropear su alma. Se mancilla cuando el inferior se arruga de tal manera ante su miseria, que no tiene valor para dejarse edificar por lo cristiano; pero se mancilla también cuando el distinguido se arrebuja de tal modo en su distinción, que se encoge en lo que se refiere a ser edificado por lo cristiano. Y se mancilla también cuando aquel cuya diversidad consiste en ser como todo el mundo, nunca salga de esta diferencia por el camino de la cristiana elevación.”[2] 




[1] Santiago 1:7 
[2] Pags. 101-102 Las Obras del Amor. Ediciones Sígueme


martes, 21 de junio de 2016

"Como una oveja perdida entre lobos impetuosos" S.Kierkegaard.

“El cristianismo deja que subsistan todas las diversidades de la vida terrena, pero precisamente en el mandamiento del amor, en el hecho de amar al prójimo, está contenida esa equidad del elevarse por encima de las diferencias terrenas. Y puesto que esto es así, porque el inferior tan completamente como el distinguido y poderoso, porque cada ser humano de un modo distinto, puede perder su alma al no querer, cristianamente, elevarse por encima de la diversidad de la vida terrena, ay, y porque ello le sucede de ambas y de las más diversas maneras, por eso el querer amar al prójimo está con frecuencia expuesto a un doble e incluso múltiple peligro. Todo el que desesperadamente se haya aferrado a una u otra de las diversidades de la vida terrena, de manera que tenga su vida en ella y no en Dios, exige también de los que pertenecen a la misma diversidad que se mantengan unidos con él no en el bien (pues el bien no forma unión alguna, no junta ni a dos, ni a cien, ni a todos los seres humanos en unión), sino en una unión impía contra lo general-humano. Ese desesperado llamará traición a pretender tener comunidad con los otros, con todos los seres humanos. Por otro lado, estos otros seres humanos están a su vez diferenciados en otras diversidades de la temporalidad, y por eso malentenderán quizá el hecho de que alguien que no perteneciera a su diversidad quisiera estar con ellos. Pues, en relación con las diversidades de la vida terrena, se da el malentendido, y de una manera bastante extraña, al mismo tiempo discordia y concordia: el uno quiere suprimir una determinada diversidad, pero poniendo otra en su lugar. Claro que diversidad, como dice la palabra, puede significar lo más diverso, lo más diverso de todo; pero quienquiera que luche contra la diversidad de este modo, queriendo suprimir una determinada y tener otra en su lugar, no hará más que combatir en favor de la diversidad. Así las cosas, quien quiera amar al prójimo, quien, en consecuencia, no se preocupe de lograr suprimir esta o aquella diversidad, ni de lograr mundanamente suprimir todas, sino de penetrar piadosamente su diversidad con la idea salvífica de la equidad cristiana, ese será tenido fácilmente como uno que no encaja aquí en la vida terrena, ni siquiera en la presunta cristiandad; será fácilmente expuesto a los ataques desde todos los ángulos; será fácilmente como una oveja perdida entre lobos impetuosos. Dondequiera que mire, tropieza naturalmente con las diversidades (pues, según se dijo, ningún ser humano es el puro ser humano, sino que el cristiano se eleva por encima de las diversidades); y aquellos que mundanamente se han aferrado con firmeza a una diversidad temporal, sea esta la que sea, son como lobos impetuosos.”[1]



[1] Pags. 99-101 Las Obras del Amor. Ediciones Sígueme

lunes, 20 de junio de 2016

"Estropear uno su alma no es de seguro nimiedad alguna.” Kierkegaard

“Por tanto, el cristianismo no pretende quitar la diversidad, ni la de la distinción, ni la de la inferioridad; pero, de otra parte, no hay ninguna diversidad temporal con la que el cristianismo, de manera parcial, forme partido, ni siquiera con aquella que, a los ojos del mundo, sea la más razonable y plausible. Si una diversidad temporal, con la que un ser humano se embelesa aferrándose de manera mundana firmemente a ella, es a los ojos del mundo indignante y clama al cielo, o por el contrario es a los ojos del mundo inocente y amable, eso no ocupa al cristianismo en absoluto, puesto que él no discrimina de manera mundana, no atiende a aquello mediante lo cual un ser humano estropea su alma, sino al hecho de que estropee su alma... ¿por una nimiedad? Quizás; pero el hecho de estropear uno su alma no es de seguro nimiedad alguna.”[1]



[1] Pag. 98 L.
as Obras del Amor

domingo, 19 de junio de 2016

"La Tentación de la Diversidad" S. KIERKEGAARD. Las Obras del Amor

“El cristianismo no es… una ingeniosa construcción intelectual, la cual resultaría difícil de entender y exigiría además una condición: una cabeza ociosa y un cerebro vacío.
El cristianismo… no ha suprimido la diversidad de la vida terrena. Esta debe continuar mientras continúe la temporalidad, y debe continuar tentando a cada ser humano que ingrese en el mundo; pues, por el hecho de ser cristiano, no ha sido cesado de la diversidad, sino que vence la tentación de la diversidad cuando se hace cristiano. Por eso, en la presunta cristiandad, las diferencias de la vida terrena tientan aún constantemente. ¡Ay!, y quizá mucho más que tentar, de suerte que el uno se engríe y el otro envidia tercamente. Ambas partes significan ciertamente una rebelión, una rebelión contra lo cristiano. Claro que no es nuestra intención fortalecer a alguno en la temeraria aberración de que solamente los poderosos y los distinguidos son los culpables; pues si los inferiores y los impotentes única y tercamente pretenden las ventajas de la vida terrena que les han sido negadas, en vez de pretender humildemente la bienaventurada equidad de lo cristiano, no cabe duda de que eso también significa que estropean su alma. El cristianismo no es ciego, ni tampoco unilateral; contempla con la calma de la eternidad todas las diversidades de la vida terrena de manera equitativa, pero no se mantiene unido discordantemente con una sola; contempla, y no sin aflicción, que el ajetreo terreno y los falsos profetas de la mundanidad quieren hacer creer, en nombre del cristianismo, esta apariencia de que meramente los poderosos pudieran haberse embelesado con respecto a la diversidad de la vida terrena, y como si el inferior tuviese justificación para poder hacer de todo con el propósito de alcanzar la igualdad, y no meramente por medio de hacerse cristiano de una forma seria y auténtica. ¿Habrá de ser este el camino por el que se llegue a la igualdad y equidad cristianas?” [1]




[1] Pags. 97-98

viernes, 17 de junio de 2016

“El amor al prójimo contiene las perfecciones de la eternidad". KIERKEGAARD

“El amor al prójimo contiene las perfecciones de la eternidad. De ahí viene, quizá, el que alguna vez él parezca no encajar en las circunstancias de la vida terrena, en la diversidad temporal de lo mundano, el que tan fácilmente sea poco estimado y expuesto al odio, y el que en cualquier caso resulte muy ingrato amar al prójimo. Incluso aquel que de ordinario no está inclinado a ensalzar a Dios y al cristianismo, lo hace, sin embargo, cuando medita con escalofríos en lo espantoso del modo como se operaba la diversidad de la vida terrena en el paganismo, o como la división de castas separaba inhumanamente al ser humano del ser humano; cómo esta impiedad enseñaba inhumanamente a un ser humano a renegar del parentesco con otro, le enseñaba descarada e insensatamente a afirmar, acerca del otro ser humano, que no existía, que era un «no-nacido». En este caso, incluso él ensalza el cristianismo, que ha salvado a los seres humanos de la desgracia, inculcando de un modo profundo y eternamente inolvidable el parentesco entre ser humano y ser humano, porque el parentesco está asegurado al tener cada individuo idéntico parentesco y relación con Dios en Cristo; porque la doctrina cristiana se dirige por igual a cada individuo, enseñándole que Dios lo ha creado y que Cristo lo ha redimido; porque la doctrina cristiana llama a cada ser humano aparte, diciéndole: «Cierra tu puerta y ora a Dios, y así tendrás lo supremo que un ser humano puede tener; ama a tu Redentor, y así tendrás todo tanto en la vida como en la muerte, y así deja en paz las diversidades, que no resuelven nada». Y ¿acaso aquel que desde la cima de la montaña contempla las nubes a sus pies será perturbado por esta contemplación, le perturbará la tempestad que brama allí abajo en los parajes poco elevados de la tierra? Pues así de elevado ha instalado el cristianismo a cada uno, a cada uno incondicionalmente, pues para Cristo, lo mismo que para la providencia divina, no se da ningún número, ninguna masa, los incontables son contados, para él son puros individuos; así de elevado ha instalado el cristianismo a cada uno de los seres humanos, para que nadie estropee su alma engriéndose o gimiendo bajo la diversidad de la vida terrena. Pues el cristianismo no ha quitado las diversidades, de la misma manera que Cristo mismo tampoco quiso, ni quiso rogárselo a Dios, retirar a los discípulos del mundo, cosa que vuelve a ser uno y lo mismo. Por eso en el cristianismo, lo mismo que tampoco en el paganismo, jamás ha vivido ningún hombre que no haya estado vestido o revestido con la diversidad de la vida terrena; de la misma manera que el cristiano no vive ni puede vivir sin el cuerpo, así tampoco puede hacerlo sin la diversidad de la vida terrena y que pertenece particularmente a cada cual por nacimiento, por rango, por condición, por cultura, etc. Ninguno de nosotros es el puro ser humano. El cristianismo es demasiado serio como para decir disparates en torno al puro ser humano; él sólo quiere hacer puros a los seres humanos. El cristianismo no es ningún cuento de hadas, si bien la gloria que promete es más magnífica que toda la que posee el cuento de hadas; tampoco es una ingeniosa construcción intelectual, la cual resultaría difícil de entender y exigiría además una condición: una cabeza ociosa y un cerebro vacío.”[1]



[1] Pgs. 95-97

"El amor al prójimo vuelve ciego al ser humano en el sentido más profundo y más noble". KIERKEGAARD

“…El prójimo es una determinación puramente espiritual. Al prójimo sólo se lo ve con los ojos cerrados o pasando por alto las diversidades. El ojo sensible siempre ve las diversidades y siempre mira a las diversidades. Por eso, la cordura terrena vocifera desde la mañana hasta la tarde: «¡Mira bien a quién amas!». ¡Ay!, si se debe amar de verdad al prójimo, entonces lo que vale es: sobre todo, no te andes con miramientos; pues sin duda tal prudencia, en orden a verificar el objeto, haría que jamás llegaras a ver al prójimo, ya que éste es cualquier ser humano, el primero el mejor, tomado completamente a ciegas. El poeta desprecia la ceguera vidente de la prudencia sabihonda, la cual enseña que hay que mirar bien a quién se ama. Él nos enseña que el amor nos vuelve ciegos; el amante, según la opinión del poeta, de una manera misteriosa e inexplicable, encontrará su objeto o se enamorará, y así se volverá ciego de amor, ciego para cualquier defecto, cualquier imperfección en el amado, ciego para todo lo que no sea este amado, aunque, con todo, no ciego para ver que este es el único en el mundo entero. Siendo así, la pasión amorosa vuelve ciego de seguro a un ser humano, pero además le vuelve un escrupuloso vidente para que no tome a ningún otro ser humano por ese único, con lo que le vuelve ciego respecto de ese amado, en la medida en que le enseña a hacer una diferencia enorme entre ese único y todos los demás seres humanos. Por el contrario, el amor al prójimo vuelve ciego a un ser humano en el sentido más profundo y más noble y más bienaventurado, de suerte que ame ciegamente a cada ser humano, tanto como el amante ama al amado.”[1]





[1] Pag. 95

lunes, 13 de junio de 2016

"Quien ... Ama al Prójimo, Ama... a su Enemigo" Sören Kierkegaard, Las Obras del Amor

"Quien de verdad ama al prójimo, ama también en consecuencia a su enemigo. Esta diferencia, «amigo o enemigo», es una diferencia en el objeto del amor; sin embargo, el amor al prójimo tiene justo un objeto sin diferencias. El prójimo es la completamente incognoscible diversidad entre ser humano y ser humano, o bien es la eterna igualdad ante Dios. Esta igualdad también la posee el enemigo. Se piensa que a un ser humano le es imposible amar a su enemigo, ¡ay!, pues a los enemigos no se les quiere ni ver. Pues bien, ahora cierra los ojos; de esta manera el enemigo se asemejará por completo al prójimo. Cierra los ojos y acuérdate del mandamiento de que tú has de amar. De este modo estás amando a tu enemigo; mejor dicho, de esta manera estás amando al prójimo, pues que es tu enemigo es claro que no lo ves. Porque al cerrar los ojos ya no ves las diversidades de la vida terrena, y la enemistad es también una de las diversidades de la vida terrena. Y, al cerrar los ojos, tu mente no se distrae ni perturba, conforme vas prestando oídos a las palabras del mandamiento. Y cuando tu mente no se perturbe ni se distraiga contemplando el objeto de tu amor y la diversidad del objeto, entonces serás todo oídos para las palabras del mandamiento, como si única y exclusivamente te hablaran a ti, diciéndote que «tú» has de amar al prójimo. Fíjate: entonces estarás en el camino de la perfección de amar al prójimo, cuando tus ojos estén cerrados y tú te hayas vuelto todo oídos para el mandamiento."[1]






[1] P. 94-95

sábado, 11 de junio de 2016

¿Será Posible que la Ciencia se Torne Dogmática?

Hay veces que la metodología particular de alguna ciencia quiere imponerse como criterio de validación de otra y al no dar esta última la medida del sistema de valoración de la primera, es descartada o menospreciada en base a ello. Cada ciencia tiene su contexto, su metodología y su objeto de estudio particular. Si en el camino pierde el sentido y la ubicación del campo de su observación particular y mal aplica la experimentación analizando elementos ajenos a su esfera de acción, se ha alejado de lo científico para entrar en la especulación, pues utiliza anteojos ajenos a la materia que examina. Por ejemplo cuando trata de encajonar la metafísica en un tubo de ensayo, la historia en una probeta o la filosofía en un matraz, o bien se olvida que, aunque exactas las matemáticas hasta donde se conocen, siempre conservarán el misterio de los números primos, lo ilimitado de las secuencias de números tanto positivos como negativos, lo que escondía y sigue escondiendo el sistema binario que tantas sorpresas nos viene dando especialmente estos dos últimos siglos, y el mismo símbolo del infinito que deja pasmado y sin el control de la exactitud visible al observador… entonces es cuando el científico pierde su capacidad de asombro y entra en el sistema que cree saberlo todo y se pone a etiquetar otros campos que no le incumben y los clasifica con términos de su ciencia particular y los subordina a su metodología perdiendo con ello su postura original que lo hizo un verdadero científico observador y se convierte en alguien incapaz de aprender más, pues tiene la sensación de ya haber llegado al conocimiento total, y entonces empieza a imponer a los demás su sistema de etiquetas que todos deben creer, los vela con términos altisonantes irreconocibles para el pueblo; y su teoría, pues no está comprobada por la metodología de la disciplina que analiza, se vuelve imposición y dogma, y mucho peor si se lo encuentra algún sistema educativo caduco que ande por allí no hallando que enseñar,  lo imprime en un libro obligatorio, y ya con eso se les figura a todos que queda validado como verdad. Sin embargo eran meras especulaciones, y él sin saberlo quizás y sin quererlo está transitando desde ser un científico hasta el de un pseudocientífico, pues como llamar verdadera ciencia a lo que acabamos de describir, porque la verdadera ciencia es maravillosa, juiciosa, pertinente y acertada, además sencilla, conoce su lugar y sabe que sólo es parte integrante de un todo del que sólo forma una pequeñísima parte una vez ya enmarcada en el cuadro del conocimiento humano general hasta ahora logrado, o ¿es que ya llegamos a la totalidad de lo que se puede conocer? Quizás apenas estemos empezando, como lo sugiere la aceleración tecnológica vertiginosa de los últimos años. No sé que grado de veracidad alcance mi observación, pero bien puede ser válida si muchos otros la han percibido así. (Alvaro Fernández S.)

domingo, 5 de junio de 2016

"Si Amar lo Extraordinario Fuera Mérito del Amor"... KIERKEGAARD Sören, Las Obras del Amor

“A saber, el amor al prójimo posee las perfecciones de la eternidad. ¿Acaso es una perfección del amor el que su objeto sea lo excelente, lo fuera de serie, lo único? Yo pensaba que eso era una perfección del objeto, y esta perfección del objeto, como una sutil sospecha en contra de la perfección del amor. ¿Acaso es una peculiaridad excelente de tu amor el que sólo pueda amar lo extraordinario y lo poco frecuente? Yo creía que era un mérito de lo extraordinario y de lo poco frecuente lo que hacía que ellos fueran lo extraordinario y lo poco frecuente, pero no del amor. ¿O no eres también de la misma opinión? Pues no has meditado nunca en el amor de Dios; porque si amar lo extraordinario fuera mérito del amor mismo, entonces, atreviéndome a hablar así, Dios estaría en un aprieto, ya que para él no existe lo extraordinario en absoluto. Por tanto, el mérito de que sólo se pueda amar lo extraordinario representa más bien una acusación no contra lo extraordinario, ni tampoco contra el amor, sino contra aquel amor que sólo puede amar lo extraordinario. O ¿acaso es un mérito de la cuidada salud de un ser humano el que éste sólo se sienta a gusto en un único lugar del mundo, rodeado de todo favor? ¿Qué es lo que alabas cuando ves a un ser humano que se ha organizado así la vida? Desde luego que alabas las comodidades de la disposición. Pero ¿no te has fijado en que, verdaderamente, cada palabra de tu panegírico acerca de este esplendor realmente suena a burla al referirse a ese pobre diablo, que sólo puede vivir en este magnífico entorno? Por tanto, la perfección del objeto no es la perfección del amor. Y precisamente porque el prójimo no tiene ninguna de esas perfecciones que el amado, el amigo, el admirado, el cultivado, el poco frecuente y el extraordinario, tienen en tan alto grado, precisamente por eso el amor al prójimo tiene todas las perfecciones que el amor al amado, al amigo, al cultivado, al admirado, al poco frecuente y al extraordinario no tiene. Que el mundo discuta entonces todo lo que quiera acerca de cuál es el objeto más perfecto del amor: jamás puede haber discusión acerca de esto: que el amor al prójimo es el amor más perfecto. Todo otro amor tiene, en consecuencia, la siguiente imperfección: que surgen dos cuestiones y con ello también una cierta falsedad. Surge primeramente la cuestión acerca del objeto y a continuación, la cuestión acerca del amor, es decir, que surge la cuestión tanto acerca del objeto como del amor. En cambio, con respecto al amor al prójimo surge sólo una cuestión, acerca del amor, y la eternidad no tiene más que una respuesta, la del amor; ya que este amor al prójimo no se relaciona como una especie con las demás especies de amor. La pasión amorosa se determina por el objeto, la amistad se determina por el objeto; sólo el amor al prójimo se determina por el amor. Es decir, porque el prójimo es cada ser humano, incondicionalmente cada ser humano, entonces toda diversidad queda eliminada del objeto, y por eso cabalmente es cognoscible este amor en que su objeto está libre de toda determinación más detallada por parte de la diversidad, lo cual quiere decir que este amor solamente se conoce por el amor. ¿No es ésta la perfección suprema?” [1]





[1] P91-93